CAMBIO CLIMÁTICO

Editorial del Boletin Número 136 - Noviembre 2008
Mientras en las salas de la Convención sobre Cambio Climático se habla de complejas y rebuscadas fórmulas e instrumentos para “vender” emisiones y “compensar” la contaminación –para no resentir los grandes intereses de las petroleras, mineras, madereras, en fin, del gran capital- en el mundo real los pueblos actúan.
Toda lucha en defensa de los bosques es una acción a favor del clima; toda oposición a megaproyectos que contaminan y destruyen, es una acción a favor del clima; toda denuncia sobre proyectos que afectan la naturaleza, es una acción a favor del clima. Pese a ello, lo que las comunidades reciben no son aplausos sino represión y en el mejor de los casos desconocimiento. Es hora de que la Convención sobre Clima mire para el lado correcto, para el lado de quienes de hecho actúan a favor del clima. Tiene la responsabilidad de hacerlo. 
 

NUESTRA OPINIÓN
- El cambio climático como marco para la unificación de las luchas
Para los pueblos que luchan por sus derechos en las zonas de bosque, el cambio climático parece algo muy alejado de sus preocupaciones inmediatas. Sin embargo, aun sin saberlo, esos pueblos figuran entre los protagonistas principales y más comprometidos en la protección del clima de la Tierra.
Por ejemplo, los que se oponen a las operaciones madereras industriales en sus territorios quizás piensen que están luchando sólo por sus derechos y medios de vida. Y de eso se trata, por supuesto. Pero al detener las actividades madereras, también están evitando la emisión de grandes cantidades de dióxido de carbono – el principal de los gases de efecto invernadero que provocan el calentamiento global – almacenado en la biomasa del bosque.
También las comunidades que luchan contra las grandes represas hidroeléctricas están impidiendo la liberación de enormes cantidades de gases de efecto invernadero, como el metano, el CO2 y el óxido nitroso desde el agua de los reservorios, así como la liberación de dióxido de carbono de los bosques que serían destruidos y de muchas otras fuentes relacionadas con la construcción de represas.
Las poblaciones indígenas y otras comunidades dependientes del bosque que se oponen a los planes gubernamentales o empresariales de “conversión” (destrucción) de bosques para agricultura industrial y ganadería, plantaciones de árboles para madera o celulosa o de palma aceitera, cría industrial de camarones o minería, de hecho están protegiendo el clima del mundo al evitar la liberación de enormes cantidades de CO2 y de otros gases de efecto invernadero.
Las comunidades del bosque que se enfrentan a la exploración y la explotación petrolera en sus territorios están aun más directamente vinculadas a la lucha contra el cambio climático, porque hacen exactamente lo que hay que hacer: evitar la extracción, y por ende la quema, de combustibles fósiles, la fuente principal y, en lo que respecta al clima, la más grave, de las emisiones de CO2 relacionadas con el calentamiento global.
Por todo ello se vuelve evidente, para cualquiera que tenga un conocimiento mínimo de las causas del cambio climático, que las luchas de esos pueblos están impidiendo un cambio climático aún mayor. Sin embargo, la mayoría de esa luchas son reprimidas y criminalizadas por gobiernos que firmaron y ratificaron la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 1992. Del mismo modo, las empresas directa o indirectamente implicadas en esas inversiones tienen su sede en países, mayormente del Norte, que también firmaron y ratificaron la Convención.
La conclusión es obvia: al reprimir esas luchas, o al apoyar a las empresas implicadas en el problema, los gobiernos violan no sólo los derechos de los pobladores locales sino la Convención de las Naciones Unidas creada para conjurar el peligro más grave al que se haya enfrentado la humanidad: el cambio climático.
Además, muchas de las “soluciones” propuestas por los gobiernos para combatir el cambio climático suelen tener otros impactos ambientales y sociales que provocan resistencia a nivel local. Por ejemplo, como medio para evitar los cortes necesarios en sus propias emisiones, los países norteños fomentaron la creación de mecanismos para “compensarlas”. Uno de ellos promueve la creación de grandes plantaciones de árboles para que funcionen como “sumideros de carbono”. Esto equivale a promover el mismo tipo de plantaciones al que ya se oponen incontables comunidades del mundo entero. Otra “solución” para evitar los cambios necesarios en las formas de producción y de consumo que llevan al cambio climático, ha sido la promoción de los agrocombustibles – de maíz, de soja, de palma aceitera o de eucalipto – que también han demostrado ser social y ambientalmente destructivos y han provocado la oposición organizada a nivel local.
Si bien no es fácil determinar si esas “soluciones” – y muchas otras igualmente absurdas – provienen de los delegados gubernamentales ante la Convención sobre el Cambio Climático o de los grupos de presión empresariales, desde su país o presentes en la Convención, sí resulta claro que numerosas empresas y empresarios se están beneficiando con ellas o planean que así sea.
En cuanto al clima, la situación actual es prueba de que quienes tienen el poder de cambiar las cosas – los gobiernos – no tienen la intención de hacer lo necesario.
En cambio, hay muchísimas personas que están oponiendo diversas formas de resistencia a escala local, originadas en diversos temas aparentemente ajenos al clima, como la reforma agraria, la agricultura en pequeña escala, la soberanía alimentaria, los derechos indígenas y tradicionales, la igualdad de género, los derechos humanos, la contaminación, el consumo y muchos otros.
La mayoría de esas luchas, si no todas, tienen algún tipo de relación con el clima y, por consiguiente, todos esos procesos de resistencia podrían ser parte de una lucha mucho más amplia para evitar el cambio climático. Ése puede ser el eslabón que una los movimientos locales, regionales e internacionales dentro de un marco común, con el fin de lograr los grandes cambios económicos y sociales necesarios para alcanzar ese objetivo.
Mientras los gobiernos tocan el violín – para regocijo de las empresas – el futuro de la humanidad está en mano

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