Los beneficiados del cambio climático






Lo que algunos observan como una desgracia, en la Argentina otros ven como un puntal para sus negocios. La mayor concentración de carbono favorece la productividad de la soja. En el sur ya hay quienes compran tierras porque se volverán aptas para la vid.
Por Cledis Candelaresi

El rinde de la soja treparía un 67 por ciento por la necesidad del vegetal de producir más oxígeno.
El principio de acuerdo esbozado en la cumbre de L’Aquila para evitar que el calentamiento global supere los 2 grados promete evitar al mundo tragedias como los deshielos glaciares y la evacuación de todas las ciudades costeras del mundo, aunque no del ineludible impacto del cambio climático en marcha, que significa más lluvias y calor. Pero este proceso que algunos avizoran como una desgracia, otros en la Argentina lo ven como un puntal para sus negocios, en particular los productores de soja. La mayor concentración de carbono, responsable del efecto invernadero, puede aumentar en la Pampa Húmeda hasta un 67 por ciento la productividad de este polémico cultivo, paradójicamente uno de los más contaminantes. La generación de electricidad con combustibles fósiles y la agricultura, seguida de las flatulencias vacunas (por ende, la ganadería) están entre las principales fuentes de emisión de gases que exacerban el calentamiento global desde este rincón del planeta.
Para evitar que la temperatura de la Tierra suba más de 2 grados es necesario reducir al 50 por ciento la emisión de gases que generaban la producción energética, la industria, la agricultura y el transporte en 1990, base para el Protocolo de Kyoto. Pero la renuencia que mostró Estados Unidos a aceptar esas pautas, al menos hasta el advenimiento de Barack Obama, y la explosiva industrialización de China e India en los últimos años, son algunas de las razones por las cuales esos pactos de caballeros pueden convertirse sólo en una proclama de buenas intenciones.
Lo que se consagró en Italia es el afán de imponer como “meta deseable” que los países tomen medidas para frenar el calentamiento global, pero todavía no hay un compromiso firme ni autoridad internacional que pudiera sancionar a quienes no cumplan. Es más: mientras que Washington quiere tomar como base para cualquier acuerdo el año 2005, Europa pretende que se respete 1990, base que hace más duro cualquier pacto en este sentido. Donde sí hay consenso es en la comunidad científica a la hora de pronosticar una suba de las precipitaciones y del calor planetario, con consecuencias diversas según las regiones.
La metamorfosis en ciernes de este cambio en el clima hace que algunos bodegueros previsores, como los dueños de Concha y Toro, estén comprando en el sur de la Patagonia local y chilena terrenos para cultivar uva, previendo que esa región se tornará apta para las vides que ahora sólo pueden prosperar en la región cuyana. Del mismo modo, los agricultores de la Pampa Húmeda argentina podrían ir proyectando futuras siembras, en base al dato de que la región resultará más productiva para algunos cultivos.
Tanto un trabajo del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTA) como un resumen elaborado por el Met Office Hadley Centre, a pedido del Foreign & Commonwealth Office, identifican a la soja como uno de los productos potencialmente beneficiados por lo que para otros bienes puede ser una circunstancia desgraciada. Tan así que los especialistas locales ligados al Gobierno no se atreven a suscribir que el balance económico global para la Argentina será negativo. El calor y la humedad amenazan con disminuir el rendimiento de los cultivos. Pero la obligación de más fotosíntesis que impone la concentración de carbono termina estimulando el crecimiento de esos mismos vegetales, aunque en distinta proporción.
Según consigna aquel trabajo del INTA, el rinde de la soja puede disminuir un 14 por ciento por el calor y la humedad, pero treparía un 67 por ciento por la necesidad del vegetal de producir más oxígeno. En el caso del maíz esos valores son de -9 y +19 y en el del trigo -4 y +14. Un cuadro que animaría a apostar a aquella oleaginosa. Lo perverso es que este cultivo es uno de los que tiene mayor poder de degradación del suelo, al tiempo que su buen rendimiento económico alienta la deforestación en busca de nuevos terrenos para sembrarlo.
El otro foco de atención ambiental son las fuentes que localmente generan los gases que ayudan al calentamiento global. La principal es la producción de energía eléctrica con usinas térmicas, que utilizan gas o fuel oil para funcionar: justamente la modalidad generadora que más se consolidó en el último tiempo en el país. La otra es la agricultura, por los cambios del uso del suelo (en la Argentina sólo sobrevive un tercio de los bosques originales) y por el empleo de fertilizantes nitrogenados.
Le sigue la ganadería, en particular la vacuna. Las reses son eficientes fábricas de metano, que liberan en grandes cantidades. La actual crisis de esta actividad, que funda encendidos reclamos de las entidades ruralistas al Gobierno por la disminución notoria de la población ganadera, desde el punto de vista ambiental podría admitir una lectura positiva.

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