Fugas de petróleo, contamianción y falta de mecanismos jurídicos para exigir la reparación de los daños ambientales






Por Carlos Miguélez Monroy

British Petroleum (BP) anuncia un “paquete de ayudas” de 90 millones de dólares para “limpiar” toneladas de petróleo que, desde hace días, se fugan desde una tubería rota a 7 kilómetros de profundidad.
De existir mecanismos jurídicos efectivos para exigir responsabilidades a multinacionales por daños al medioambiente, no hablaríamos de “ayudas”, sino de reparación debida. Las indemnizaciones tendrían que superar esa cantidad si se toman en cuenta la muerte de once trabajadores, los daños irreversibles a especies marinas, de aves, de arrecifes de coral que no podrán regenerarse y de otras zonas de valor ecológico incalculable. La labor de miles de voluntarios que limpian las costas, las aves y las tortugas ayudará a mitigar los efectos de un accidente fruto de la irresponsabilidad. No sólo de la multinacional, sino también de gobierno que consiente que se ponga en peligro el medioambiente.
Se tendrían que contemplar también las pérdidas económicas y el lucro cesante: los beneficios que habrían obtenido de no haberse producido la situación el sector de la pesca, la hostelería y del turismo.
Días después de la explosión en la plataforma, BP anunció más de 6.000 millones de dólares de beneficio sólo en el primer trimestre del año. La cantidad de las “ayudas para tareas de limpieza” equivale al 1,5% de estas ganancias. La compañía petrolera ocupa el tercer puesto entre las empresas más poderosas de Estados Unidos, que tiene a los grupos de presión como la amenaza más importante a su sistema democrático.
Estos lobbies han impedido que se aborde con seriedad el fin de la dependencia del petróleo. A su llegada, Obama dejaba abierta la esperanza. Sus ayudas económicas a industrias como la automotriz quedaban sujetas al compromiso de invertir en modelos eléctricos y en investigación para conseguir tecnologías limpias. Estalló la crisis económica y las empresas de coches en todo el mundo “exigieron” ayudas estatales para mantener la línea de producción y de consumo, y así evitar despidos masivos. Por eso se anuncia como positiva la recuperación de ventas de coches, mientras se suprimen los impuestos por comprar con todo tipo de facilidades.
Aunque no toda la demanda de petróleo proviene de la industria de los coches, sí tiene un indudable peso. Con tal de incrementar la extracción de petróleo para satisfacer la demanda en Estados Unidos, BP “asumió” riesgos al instalar plataformas a grandes profundidades. Han beneficiado a mercados que dependen del petróleo, pero la catástrofe provocada por esa sed de oro negro amenaza la pesca y el turismo, sectores también importantes de las economías del Golfo de México estadounidense.
No es la primera vez que ocurren catástrofes durante la extracción o el transporte de crudo. Hace unas semanas, un buque chino encallaba en un banco de arena en su intento de ahorrar kilómetros y gastos. El petróleo vertido produjo daños en la barrera de coral de mares australianos. España protagonizó hace siete años una de las mayores catástrofes medioambientales de la historia cuando el Prestige, partido en altamar, vertió toneladas de combustible que provocaron daños irreparables en el mar y en algunas costas españolas. Tampoco ha podido caer en el olvido el caso Exxon Valdez en Alaska. Toda esta contumacia (en teoría, lo que distingue la inteligencia humana es su mayor capacidad de evitar “tropezar con la misma piedra”) se da en una época en la que algunos expertos avecinan el fin de la era del petróleo. Las conjeturas respecto al posible agotamiento del oro negro podrían influir en la fluctuación de los precios, que benefician a los especuladores.
Ante estas catástrofes cabría cuestionarse quién determina una demanda de petróleo que amenaza el planeta, que recrudece, fomenta y financia conflictos armados; una demanda que pone de rodillas a los mercados internacionales, pues todo el transporte depende del petróleo. Quizá nuestro nivel de consumo esté por encima de nuestras necesidades: demasiadas bolsas de plástico, botellitas de agua, coches y materiales sintéticos que ni siquiera reciclamos. O quizá quienes controlan la producción y el transporte manipulan a su antojo los precios, la oferta y la demanda en lo que algunos se atreven a llamar “libre mercado”. En cualquier caso, es hora de sacar de los cajones bajo llave energías más limpias.

www.ecoportal.net
Carlos Miguélez Monroy - Periodista y Coordinador del CCS
www.solidarios.org.es

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