Ruleta rusa atómica (Parte II)




Jorge Gómez Barata

El desastre nuclear provocado por el terremoto y el tsunami que afecta a varias plantas nucleares en Japón aunque, estadísticamente remoto, era probable, como previsible es que ocurra cuando se levanta una planta atómica en una región sísmica o volcánica, en una costa excesivamente expuesta o en un lugar de intenso tráfico aéreo. Lo ocurrido confirma la temeridad y el aventurerismo con que la humanidad fue empujada a una edad para la que no estaba preparada: la era nuclear.

Además de por la secretividad impuesta por las aplicaciones militares y la competencia industrial, la historia nuclear ha estado caracterizada por la improvisación y el aventurerismo, rasgos todavía presentes en una actividad con potencial para exterminar la vida e incluso destruir el planeta.

Debido a que en junio de 1945 la II Guerra Mundial había concluido en Europa y la derrota de Japón era inminente, la prueba de la bomba atómica se realizó con injustificada prisa, también fue apresurada la selección de los blancos, excesivos los riesgos para el traslado de los artefactos y absurdamente totalitario el modo como se tomó la decisión de emplearlos.

Pocas veces se repara que entre la prueba de la primera bomba atómica el 16 de junio de 1945 y su lanzamiento sobre Hiroshima el 6 de agosto del propio año, transcurrieron 51 días en los cuales los responsables del proyecto, ocupados en preparar el embalaje para el traslado hasta la isla de Tinian de los componentes y de ensamblar “in situ” las dos bombas, apenas tuvieron tiempo de evaluar los efectos de la prueba.

La prisa y el secreto impidieron que los científicos del proyecto Manhattan y el Alto Mando militar de los Estados Unidos evaluaran con la debida profundidad las consecuencias de la prueba nuclear. El Congreso no fue informado ni fueron atendidos los reparos relacionados con el poder de destrucción, las consecuencias de la contaminación radioactiva, como tampoco se evaluaron los efectos políticos ni los escrúpulos morales de los creadores del arma más letal que haya sido concebida.

Ninguna anécdota ilustra mejor los riesgos provocado por la precipitación que la peligrosa y delicada operación de traslado de la bomba por alrededor de 9000 kilómetros a través del océano Pacifico, donde todavía operaba la armada japonesa, especialmente sus submarinos. Debido a lo inocultable de la prueba realizada en Los Álamos y al número de personas involucradas en las últimas fases del proyecto Manhattan, nadie podía asegurar que el espionaje japonés no estuviera sobre aviso.

Cuentan que, a mediados de julio de 1945, mientras el buque era reparado en San Francisco, el capitán del crucero USS Indianápolis (CA-35), Charles Butler McVay III, fue instruido por sus superiores de que debía transportar una carga hasta el archipiélago de Las Marianas en el océano Pacifico.

— ¿Cómo una carga? ¡El Indianápolis no es un mercante!

Ante ese argumento; un almirante le habló al oído.

— Se trata de una bomba.

— ¡Acabaríamos! –Comentó– Una bomba no es carga.

La sorpresa del oficial aumentó cuando al regresar a su navío, con órdenes de suspender los francos a la tripulación, lo encontró custodiado por la policía militar mientras unos enormes contenedores forrados en plomo eran izados a bordo. El jefe de la escolta le informó que tenia ordenes de tirar a matar a cualquiera se acercara a la bodega.

Antes de levar anclas, el comandante de la nave recibió instrucciones precisas: (1) navegaría a la máxima velocidad y sin escolta para no levantar sospechas y cubrir en el más breve plazo las 5 300 millas hasta la isla de Tinian en el archipiélago de Las Marianas. (2) En caso de accidente o ataque, la carga tenia prioridad sobre la tripulación y ante el peligro de que el buque pudiera ser inutilizado, la bomba debía arrojarse al mar sin tratar de salvarla.

El 26 de julio de 1945 el buque entregó su carga. Inmediatamente, con nuevas órdenes y sin escolta puso proa a Filipinas para sumarse a la planificación de la operación de invasión a Japón. Nunca llegó a su destino.

Poco más de 48 horas después de haber descargado las únicas dos bombas atómicas existentes y de zarpar de Tinian, en la noche del 30 de julio, el Indianápolis fue torpedeado por un submarino japonés. En 12 minutos el crucero se hundió sin haber podido utilizar las lanchas salvavidas ni emitir un S.O.S. razón por la cual no hubo operación de rescate. 880 de los 1196 tripulantes perecieron; entre los sobrevivientes estaba el capitán McVay quien fue juzgado y condenado por negligencia; en 1968 el oficial se suicidó, por lo cual nunca supo que en el año 2000 fue exonerado por el presidente Bill Clinton.

De haber estado en mejor posición una semana antes, el submarino japonés pudo haber hundido el USS Indianápolis en ruta a Tinian y, en lugar de estallar sobre Hiroshima y Nagasaki, las bombas hubieran terminado en las profundidades del Pacifico y la historia hubiera sido otra.

En la carta en la que sugirió construir la bomba atómica, Einstein le dijo al presidente Roosevelt: “…Una sola bomba de ese tipo, llevada por un barco y explotada en un puerto, podría muy bien destruir el puerto por completo, conjuntamente con el territorio que lo rodea…” Obviamente el científico, pacifista militante, tenía en mente una demostración de fuerza y no el bombardeo a ciudades densamente pobladas.

El caso es que Roosevelt falleció repentinamente el 12 de abril de 1945, fecha en que tomó posesión Harry S. Truman que era su vicepresidente y que había sido mantenido al margen de todo lo relacionado con el Proyecto Manhattan cosa de la que, al otro día fue informado por el Secretario de Guerra Henry L. Stimson. Unos cincuenta días después, sin que literalmente supiera lo que hacía, este mismo hombre, tomó la terrible decisión de lanzar la bomba.

Usualmente no se repara en el hecho de que cuando en la base aérea de Tinian se recibían los componentes de la bomba y se alistaban las 15 súper fortalezas B-29 destinadas a las misiones de bombardeo atómico, el presidente Truman se encontraba en Alemania participando en la Conferencia de Potsdam donde había llegado el 17 de julio, permaneciendo allí hasta el 2 de agosto. Cuatro días después el Enola Gay dejó caer la primera bomba atómica sobre Hiroshima.

Si tomamos en cuenta que en los últimos días del mes de julio o primeros de agosto, el general Carl A. Spaatz, Jefe de la Aviación Estratégica de los Estados Unidos recibió la orden de lanzar la bomba atómica a partir del 3 de agosto, tan pronto las condiciones meteorológicas permitieran el bombardeo visual, no es difícil deducir que Truman tomó la decisión e impartió la orden fatal estando en Alemania o de regreso a Estados Unidos a bordo del crucero Augusta.

El hecho de encontrarse en Alemania, las condiciones de las comunicaciones de la época y desplazarse por mar, indican que en el proceso de elaboración de la decisión final, el presidente Truman no tuvo posibilidades para intercambiar y asesorarse con altos jefes militares, expertos del proyecto Manhattan, o líderes del Congreso; de haberlo hecho, tal vez la historia hubiera sido otra.

En la precipitada era nuclear, los excesos de audacia recuerdan a una “ruleta rusa”. Luego les cuento otros episodios. Allá nos vemos.

(especial para ARGENPRESS.info)

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