Existencia y vida






Jaime Richart 

Vivimos a horcajadas entre la esperanza del adulto y la ilusión infantil por un mundo mejor. Pero estemos seguros de que para cada pueblo como para la humanidad cualquier futuro será peor.

Esos entusiastas, como Eduardo Punset, que pronostican grandes adelantos de la ciencia y la tecnología, que anuncian robots que harán las cosas por nosotros, viajes fantásticos a otros mundos, cirugías asombrosas y medicinas milagrosas, aplicaciones revolucionarias de las potencialidades inexplotadas del cerebro, y un fascinante porvenir podrán tener su fundamento, pero serían logros reservados sólo para unos cuantos. Ningún provecho reportarán a la inmensa mayoría de los mortales cuando todavía casi medio mundo carece de lo que le sobra al resto y se le ha hecho indispensable.

El que en un futuro más o menos próximo alguno pueda pisar Marte; el que tres o cuatro curen ese tipo de cáncer o el que una súbita eminencia resuelva paradojas secularmente irresolutas podrán considerarse avances, pero serán avances de la inteligencia de un individuo o varios, en absoluto representativos de lo que habrá de vivir la humanidad dentro de treinta o cuarenta años. Si acaso la intensificación de más aptitudes del cerebro servirá para que otro puñado refuerce su dominio sobre mayor número de mortales y se haga dueño literalmente del planeta. Por el contrario, el hemisferio occidental retrocederá considerablemente en calidad de vida; de vida espiritual, moral y material, de vida desahogada, desenvuelta, consciente y plena...

Pues la vida "vital", el nervio del entusiasmo, lo que siempre se ha entendido por vitalidad están en franca regresión. Cada vez se reduce más la concentración mental, la memoria y la capacidad para la reflexión y para las operaciones matemáticas más elementales. La vida interior apenas existe si no es para experimentar la soledad o para sufrir, y además está repleta de imágenes electrónicas. Se desconocen virtualmente los deleites del espíritu y la emoción estética, ya inanes, mortecinos. Cada vez se tensan más los sentidos por el enervamiento y la descarga eléctrica de la fugacidad. La prueba es que cada día emociona más oír la carcajada franca y sana de un niño: raras veces se la podemos oír al adulto.

Vivimos, pero creedme que cada vez distingo peor en las nuevas generaciones qué es vida y qué existencia, habida cuenta que la existencia actual es por encima de todo aturdimiento y sensación que suplen a la completa consciencia y al sentimiento. Las claves de la vida plena están en ese saber combinar armónicamente la embriaguez del ánimo con la consciencia, y la sensación con el sentimiento. Si están ausentes duraderamente la consciencia y el sentimiento, la vida es existencia a secas. Pero... ¿saben en estos tiempos las colectividades exactamente qué es armonía? Sobre todo, ¿la buscan? ¿la desean?

Yo creo que no, que es una causa perdida. Ese tipo de armonía solamente es valorada y buscada por la generación de los que fuimos educados en ella, por quienes tienen la suerte de dedicarse a cualquier clase de arte, sean las llamadas bellas artes o las llamadas artes menores, quienes han configurado su vida junto a la Naturaleza y quienes todavía conservan la capacidad de amar… Me temo que hoy día sólo estos viven: el resto se limita a existir y grandes mayorías lamentablemente sólo a sobrevivir.

(ARGENPRESS.info)

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