Alterglobalización
 
Si hay algo que la crisis sistémica esté poniendo al descubierto ante los ojos de cualquier observador mínimamente sagaz es que actualmente se está produciendo una concentración descomunal de la riqueza en cada vez menos manos. Las mayores empresas mundiales se van haciendo más y más grandes hasta llegar a fagocitar o destruir a otras de tamaño inferior creando una posición de dominio muy inquietante incluso desde el punto de vista del propio liberalismo. La competencia desrregulada no crea más equilibrio entre los entes productivos sino, justo al contrario a como siempre se nos había explicado, genera tiranías oligopólicas que terminan por vaciar a la democracia de todo su sentido y significado real. Un buen ejemplo de este hecho puede verificarse en el panorama financiero del estado español donde cada vez existen menos bancos, creándose un oligopolio o cuasi-monopolio de facto entre empresas mastodónticas y todopoderosas como son el Santander, BBVA y La Caixa. Ellos van devorando el mercado apropiándose de más y más cuota de poder gracias a la demolición controlada de las cajas de ahorro. Algo similar puede observarse en otros sectores de la economía como la producción de energía, fármacos o la fabricación a gran escala de alimentos procesados, entre otros muchos.
Ante esta nueva dictadura, en este caso de mercado, algunas voces situadas dentro del propio capitalismo comienzan a dar la señal de alarma y plantean soluciones imaginativas para intentar garantizar algo parecido a una libre concurrencia real entre operadores de tamaño más o menos similar para que no sean capaces de llegar a destruirse con la velocidad y voracidad actual. Una de estas voces es la de Luis Molina Temboury que nos expone, según sus propias palabras, “Una sencilla solución para un inmenso problema”. Leamos muy resumidamente la presentación de su propuesta:
“Para el neoliberalismo el futuro no existe. Todo se reduce al orgasmo individualista de poseer cuanto antes más que nadie. Aceptar esa demente ideología de que el futuro colectivo no debe preocuparnos es precisamente lo que ha propiciado la victoria del neoliberalismo, y también es lo que nos ha llevado hasta la crítica situación en que estamos. Nadie tiene derecho a apropiarse de riquezas desproporcionadas si eso afecta al bienestar del resto de los seres humanos, y menos aún si eso determina un horrible futuro para la humanidad. La verdadera libertad no puede significar enriquecerse a costa del dolor de los otros, es decir, de la red universal . Que el germen de los problemas es la desigualdad extrema es tan evidente como evitable. Aunque ahora esté boyante, el sistema neoliberal colapsará finalmente porque no puede ni podrá superar su contradicción esencial: no es realista pretender una acumulación ilimitada de riquezas en un entorno material finito ni sostener un crecimiento perpetuo de la desigualdad. Esa contradicción se manifiesta en el plano teórico, porque no existe ecuación matemática ni econométrica alguna que pueda sostener tan insensato modelo.
También en el plano político, porque la concentración de poder que acompaña al aumento de la desigualdad ha pervertido la democracia y nos conduce aceleradamente a la dictadura del gran capital. En el plano social, la contradicción ya resulta insoportable, porque ha generado una sociedad global violenta, militarizada, insolidaria y corrupta, que convive alegremente con la pobreza, la guerra, la destrucción del medio ambiente y la vulneración de los derechos humanos. Y para terminar con la suma de las desgracias que ha producido esa contradicción, el neoliberalismo está siendo nefasto para el desarrollo personal, porque su ideario ha inoculado en lo más hondo de las conciencias una gran mentira: que somos individuos ajenos e independientes del gran todo universal. Es decir, que por aceptar la acumulación ilimitada y la desigualdad extrema como base de la organización social nos hemos condenado a vivir sumidos en el miedo, la ignorancia y la miseria, a estar presos de una ideología irracional y a ser cómplices involuntarios eternamente insatisfechos de un consumismo estúpido e irresponsable. El sistema económico neoliberal morirá y cuanto antes lo haga será mejor, porque ya ha llegado demasiado lejos. Debemos poner coto a la acumulación infinita de riqueza en manos privadas, esa regla irracional que guía al sistema por encima de cualquier otra consideración y que nos lleva aceleradamente al fin de la historia. Desperdiciar la vida y el esfuerzo de todos en el absurdo objetivo de que una minoría acumule desaforadamente mientras la sociedad entera se derrumba es un panorama desolador, sobre todo para las nuevas generaciones. Habría que preguntarse primero si todo ese cúmulo de desgracias que padecemos es evitable. Y la respuesta evidente y tajante es que sí lo es. Reconducir la actividad planetaria hacia un modelo racional, justo, solidario y creativo es muy simple, porque si el origen de todos los problemas es la desigualdad extrema, con limitar la riqueza en manos privadas todo podría ser muy diferente. Debemos tomar conciencia de que es urgente cambiar esa detestable regla del juego del sistema. La búsqueda del crecimiento ilimitado de la riqueza privada, la sagrada ley del neoliberalismo, además de ser la fuente de todos los grandes males, es también su talón de Aquiles. Sobre ella hay que actuar para construir el futuro.
Todo se sustenta, pues, en el simple principio de la permisividad colectiva con la desigualdad extrema. Sin embargo tenemos dificultad para reconocerlo debido a un prejuicio de nuestro pensamiento individualista. Porque, seamos honestos, desde una perspectiva sistémica no tiene ninguna fuerza lógica criticar a los grandes ricos mientras íntimamente aspiramos a convertirnos en uno de ellos. El problema de lo que ocurre en la sociedad no es tanto que haya grandes ricos como que una gran mayoría de ciudadanos anónimos haya aceptado la posibilidad y el anhelo de llegar a serlo. Si yo considero que es lícito y natural hacerme inmensamente rico -lo de menos es si esa posibilidad me queda cerca o lejos-, no puedo cuestionar el sistema neoliberal de manera coherente, es decir, que acabar con la riqueza desmedida de verdad me exige un compromiso personal. La solución es evidente, pero hasta hace poco nos faltaba algo esencial: un medio de comunicación libre para burlar el inmenso poder mediático de las élites. Con Internet, y tomando conciencia de que somos algo más que individuos, hoy disponemos de una herramienta preciosa para cambiar el mundo. El punto de partida para el cambio, la sencilla solución para el inmenso problema, sería el siguiente acuerdo voluntario:
A TRAVÉS DE INTERNET COMPROMETERSE FORMALMENTE EN UN LISTADO PÚBLICO A NO ACUMULAR RIQUEZAS MÁS ALLÁ DE UNA DETERMINADA CANTIDAD POR PERSONA. (POR EJEMPLO UN MILLÓN DE DÓLARES)”
Que la limitación de la riqueza sea un compromiso voluntario y abierto, como debe ser el acuerdo para cambiar el mundo, no significa que su incumplimiento pueda salir gratis. Lo mejor sería sancionar con el desprecio social a quien hubiese firmado el compromiso y después se hubiese arrepentido o lo hubiese violado. En el lado contrario los ciudadanos podrían valorar qué políticos, empresarios o partidos han sido capaces de firmar ese contrato público premiándoles con el correspondiente apoyo electoral o compra de productos. Una iniciativa tan simple y aparentemente cándida como esta, distribuida por la red de forma viral, podría ser un interesante experimento social porque contiene elementos que ayudarían a crear nuevos marcos de pensamiento. Limitar la riqueza, desde la implicación y el convencimiento personal, hasta una cantidad que sea suficiente para devolver el poder a la democracia y conseguir así que el flujo del comercio se redistribuya sin los actuales estrangulamientos podría constituir una palanca de cambio. Invertir la lógica actual que encumbra a los acumuladores por una dinámica de descrédito social hacia ellos también se nos antoja un requisito indispensable para ganar el futuro.


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