Los 5 monos

Vicente Manzano

En cierta ocasión, tuvo lugar un experimento de consecuencias interesantes. Cinco monos fueron introducidos en una jaula. El investigador dispuso una ristra de plátanos colgada del techo a la que sólo era posible acceder mediante una escalera. Nada más entrar, uno de los monos subió con rapidez para alcanzar el alimento. Justo antes de que sus manos tocaran el objetivo, el investigador le roció con un fuerte chorro de agua fría. El animal quedó en el suelo, consternado durante unos minutos, mientras el resto de sus compañeros de celda chillaba con estruendo. Pocos instantes después, otro intentó la hazaña, con el mismo resultado. Tuvieron que pasar varias horas hasta que el tercer mono se atreviera a probar. En esta ocasión, el investigador no sólo le propinó con el fuerte chorro de agua fría, sino que después castigó también a los otros cuatro. Un día después se repitió la escena:
Animal que sube, investigador que rocía a los cinco componentes de la jaula. Durante varios días no se observaron nuevos intentos, hasta que uno de ellos saltó a lo alto de la escalera cuando creía no ser observado.
Gran error. El chorro que recibieron los cinco pareció aún más potente y frío. El mono, visiblemente enojado, en lugar de quedar consternado en el suelo, se dirigió de nuevo hacia la escalera. Para sorpresa se los presentes, esta vez no hizo falta que el investigador interviniera. Los otros cuatro primates se lanzaron sobre el héroe y le obsequiaron con una paliza impresionante.
Era muy raro que algún miembro del grupo intentara pisar ni el primer peldaño de la escalera. Pero cuando esta rareza tenía lugar, rápidamente los otros cuatro impedían con agresividad el hecho. Así pasaron las semanas, hasta que los investigadores jubilaron a uno de los animales e introdujeron a un nuevo. Éste, en cuanto vio la ristra de plátanos, se abalanzó sobre la escalera, recibiendo de los demás la respuesta habitual. Tras pocos intentos, el nuevo dejó la escalera y los plátanos tranquilos. Entonces, los investigadores volvieron a sacar un mono antiguo y a meter un mono nuevo. Así ocurrió con todos: poco a poco los cinco monos originales dejaron de participar en el experimento. Los que habitaban la jaula eran todos noveles. Lo interesante es que nadie intentaba subir por la escalera, aunque ninguno de estos animales hubiera tenido ninguna experiencia en el establecimiento de la norma “No subir la escalera”. Si alguien lo olvidaba momentáneamente y subía por alimento, los cuatro restantes lo castigaban con agresividad.

El experimento de los monos (no importa si se realizó o no) muestra un hecho importante por su frecuencia social: las normas y los hábitos tuvieron alguna vez un sentido, lo que no los hace necesarios en el tiempo. Se ha denunciado ya hasta la saciedad que vivimos para los medios en lugar de para los fines. El crecimiento es un buen ejemplo de ello. Se supone que es un medio para alcanzar el bienestar o la dicha sociales. Si alguien lanza la voz en contra del crecimiento, afirmando que no se está derivando bienestar generalizado, encontrará abundantes compañeros de especie capaces de castigar su osadía, sin ser conscientes de en qué medida crecer es una norma necesaria o prescindible. Es más, el crecimiento no puede ser o no debe ser jamás un procedimiento. Como mucho, será una consecuencia. No es aceptable “crecer para”, sino comprensible “crecer debido a”. Los comportamientos pueden llevar al crecimiento como resultado. El objetivo es, por ejemplo, aumentar el bienestar compartido. Su planteamiento lleva a la elaboración de procedimientos que lo hagan real. Finalmente, podemos observar, tal vez, que en la búsqueda de ese bienestar compartido se ha generado (efecto colateral) crecimiento económico. En la práctica de generación de mensajes de los líderes políticos y de consumo acrítico de discursos por parte de la audiencia, los resultados pasan a ser agentes culpables. Si tras una gestión la inflación ha aumentado, se escucha con frecuencia “esto es debido a la inflación” como si se le echara la culpa a ese personaje de lo que está ocurriendo (Rodríguez, 2004). Llegamos, finalmente, a personificar conceptos. Así, parece que hoy las decisiones no las toman los políticos, sino un señor que tiene el don de la ubicuidad y que llaman Crecimiento.
Si no sólo la idea del crecimiento sostenible es difícil de creer en muchos aspectos, sino que además se llega a concebir que el crecimiento en sí es nocivo, sólo queda una posibilidad: decrecer. Todo lo demás es negar la evidencia de los estilos de vida basados en el despilfarro (Barcena, 2005).
La lógica parece aplastante, pero requiere matices. Una de las críticas habituales que se lanzan desde el modelo imperante de crecimiento ante las resistencias puede calificarse de “argumento del progreso en paquete”. Este procedimiento de defensa establece que los logros innegables que ha conseguido la humanidad (avances en la medicina, en el bienestar, en las comodidades, en las tecnologías de comunicación...) constituyen una cara de la moneda de nuestro modelo de progreso. No se puede criticar sólo uno de los lados, puesto que implica prescindir de la moneda en su conjunto. Así, se argumenta que la resistencia al modelo actual de evolución y desarrollo lo que pretende es volver a la época de las cavernas o al derecho de pernada de la Edad Media. Es un discurso que no merece esfuerzo en ser rebatido, más aún cuando ya hemos mencionado que la evolución es compleja e implica cambios cualitativos y cuantitativos de signos diversos y que los acontecimientos no son necesarios sino que pueden ser elegidos. Lo importante aquí es que la primera crítica a la idea del decrecimiento sostenible es la del argumento del paquete: decrecer implica desandar, retroceder en la evolución, volver a las cavernas y a la barbarie.
El decrecimiento sostenible es un concepto más amplio que el famoso crecimiento sostenible, puesto que pretende ir más allá del discurso energético, incluyéndolo. Se asienta en una preocupación en la que pesa, del mismo modo y de forma directa, las repercusiones sociales y psicológicas. Es un llamamiento a mantener lo que hemos conseguido de positivo (como el progreso en el discurso ético y en el conocimiento), prescindiendo de lo negativo (como la adicción consumista o la ignorancia). Es un llamamiento a vivir bien, a llevar una buena vida, lo que incluye no sólo a los individuos, sino también y especialmente, a los patrones de convivencia. Esta filosofía de vida admite a su vez graduaciones que incluyen incluso el objetivo extremo del decrecimiento “total”. En esta línea, “el decrecimiento es una gestión individual y colectiva basada en la reducción del consumo total de materias primas, energías y espacios naturales gracias a una disminución de la avidez consumista, que nos hace querer comprar todo lo que vemos” (Honorant, 2006).
La idea es bonita, cuando menos. Y así es como comienza a ser estigmatizada, puesto que frecuentemente se la tilda de engendro romántico inconsciente, puesto que lanza objetivos inconsistentes con los medios para conseguirlos.

Las principales críticas son:
    ▪    No es un modelo o una teoría, es una intención difusa. La defensa de esta idea no va más allá de proponer objetivos atractivos sin acompañarlos de los modos efectivos de llegar a ellos. No hay una alternativa al sistema actual, sino una oposición o resistencia.
    ▪    Es una propuesta inconsciente, principalmente en dos aspectos. Por un lado, ignora las repercusiones que el crecimiento tiene en elementos fundamentales para la estabilidad social, como el empleo. El decrecimiento es en sí insostenible, puesto que dañaría las entrañas del modo con que generamos puestos de trabajo. Al disminuir drásticamente el consumo, se disminuye la producción y, con ello, el empleo. El remedio es peor que la enfermedad. Por otro lado, es una idea de los privilegiados del mundo. Una vez que han probado la miel, desean prohibirla a los demás. La propuesta del decrecimiento prohibirla a los demás. La propuesta del decrecimiento condena al Sur a la miseria, puesto que le impide acceder a las cotas de desarrollo que sólo puede permitir el modelo productivo. “Estos adeptos contemplan un verdadero decrecimiento de los productos finales, pero olvidan a las naciones menos desarrolladas, cuyo desarrollo pasa todavía por el camino material” (Passet,2005:4).

Las respuestas a estas objeciones:
    ▪    No hay nada que pueda ser más concreto que la misma realidad. Toda alternativa propuesta está condenada a ser más difusa e incompleta en su desarrollo. Si el decrecimiento sostenible es una idea que apenas está cobrando forma en algunas iniciativas minoritarias, la crítica de incompletud es fácil e inmediata, no añade nada.
    ▪    El modelo predominante de desarrollo se ha mostrado altamente ineficiente y dañino en múltiples frentes. No tiene fuerza de contracrítica, no puede suministrar resultados que avalen su permanencia. No podemos ir a peor. Cualquier alternativa coherente con los principios del pensamiento ético merece la oportunidad de ser ensayada en el contexto de la realidad.
    ▪    La evolución de los mercados se está desligando del par consumo-producción. La economía, gracias a la preponderancia de la dimensión ,financiera, es cada vez más virtual. El valor de una empresa, por ejemplo, puede aumentar al disminuir su producción, lo que era impensable hace poco tiempo. La llamada “generación de riqueza” es cada vez más independiente de los procesos de producción.
    ▪    El sistema actual tiene dos repercusiones crecientes en el mercado laboral: genera paro y disminuye la calidad de las condiciones laborales. El modelo de la fábrica difusa (Coq, 2003), la disminución de la competencia mediante los procesos de fusión y apertura de mercados, y la inversión tecnológica, están disminuyendo drásticamente la necesidad de mano de obra, a la vez que ésta se orienta cada vez más hacia las regiones más dispuestas a prostituir a su población. Los pronósticos en términos de mano de obra ocupada y de condiciones laborales son muy deprimentes. Un decrecimiento que vaya orientado a generar un nuevo estilo de vida más saludable es incapaz de hacer más daño al mercado laboral.
    ▪    El decrecimiento implica potenciar el ocio frente al trabajo. Propone invertir la tendencia actual en la que ambos cónyuges deben estar abosorbidos en procesos laborales que les implican cada vez más tiempo. Aspirando a menos posesiones es posible percibir menos ingresos y destinar tiempo de ocio que lleva, entre otras ganancias vitales, al disfrute familiar. Se liberan necesidades de ocupación que pueden ser asumidas por otras personas. Hay, pues, dos fuerzas que se contraponen: se reduce la producción, pero también el número de horas de trabajo necesarias por persona. No podemos pronosticar con seguridad cuál de ambas reducciones es mayor a la otra. Si unimos a ello la tendencia del crecimiento (insostenible o sostenible) hacia la generación de paro, está claro que el decrecimiento ha de llevar a un beneficio laboral.
    ▪    Se está negando la capacidad de la sociedad para adaptarse a los cambios. Durante el pasado, la economía se ha hecho dependiente de la violencia. Cabría pensar que todas las personas suscribirían el deseo de que desaparezca toda forma de violencia: no hay guerras, no hay asesinatos, no hay agresiones físicas ni psicológicas... Sin embargo, pensando en las consecuencias de este deseo, hay que asumir que la sociedad tal y como la conocemos desaparecería. Si el cambio fuera brusco, la primera consecuencia se mediría en la pérdida de millones de puestos de trabajo que hoy viven directa e indirectamente de la violencia. ¿Implica ello que deberíamos mantenerla, para seguir ocupando nuestro empleo? Ensayemos el argumento complementario: incrementemos los puestos de trabajo y la riqueza del país formando grupos delincuentes. Sería interesante medir, por ejemplo, cómo los disturbios recientes en Francia se traducen en un incremento de su PIB.
    ▪    La crítica supone un decrecimiento brusco. Esta sospecha es incompatible con la idea de sostenibilidad. En el mejor de los casos, la intención del decrecimiento sostenible puede propagarse entre minorías, con una lentitud previsible. Es ridículo que el elefante tema a la hormiga. La capacidad de adaptación de la sociedad a este nuevo estilo de vida, respetuoso con uno mismo y con los demás, con el planeta que habitamos y los valores en los que creemos, es posible y necesario. Los partidarios del decrecimiento sostenible no vamos a tener tanto poder como para desestabilizar el sistema de hoy a mañana.



Extraído de Comportamientos de consumo y decrecimiento sostenible

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