Humor y Ciencia: “La gran evolución del ser humano es reírse sin miedo"



AGENCIA SINC

Pocas personas no relacionadas con la ciencia pueden hablar más de dos horas y media de ella sin cometer un solo error. Y mucho menos hacer todo un espectáculo de ello. Eso es, precisamente, lo que hace el cómico Goyo Jiménez en su último trabajo, Evoluzion, en el que el humorista da su particular punto de vista sobre el devenir del hombre en la tierra desde los albores de los tiempos. Durante su número, términos como selección natural, enfermedades raras o supernovas se mezclan con el humor más delirante. Charlamos con él entre bambalinas, unos minutos antes de salir al escenario.

¿Cómo surge la idea del espectáculo?
Observando a mi perro. El perro es la primera especie que domesticamos y que transformamos en la naturaleza. Hemos convertido a los lobos en lo que ahora son los perros, incluidos los chihuahuas, en serio [risas]. Este jugar a ser dios del ser humano, de hacer su propia evolución mediante la cría y la selección de especies, me llevó a pensar si nosotros hemos evolucionado en el sentido correcto. Porque me da la sensación, como alumno, de que me lo habían contado mal.
Explícame eso…
Parecía que evolución era sinónimo de mejora, y no es así, la selección natural de las especies es la supervivencia del más apto, lo cual forzosamente no significa ser el mejor. Por ejemplo, los nazis estaban muy de acuerdo en la supervivencia del más apto. De hecho lo intentaron poner en práctica. En ese matiz no cayó en la cuenta Darwin. Fue su taxonomista Thomas Henry Huxley, el abuelo del escritor de Un mundo feliz, el que le dijo ‘ojo, que esto no significa ir a mejor sino que en muchos casos significa ir a peor’.
¿Necesitamos evolucionar mejor, entonces?
Cuanto menos, evolucionar y no seguir anclados. Mi espectáculo se llama Evoluzion, con z, precisamente por eso, porque está mal escrito. Poner la z era una forma de personalizar el título y diferenciarlo para hacer una marca.  Pero, sobre todo, fue una forma de decirle a la gente que la evolución no tiene por qué significar una mejora.
Tu formación académica es en derecho y arte dramático, ¿cuándo empezó tu interés por la ciencia?
Soy un océano de sabiduría con un dedo de profundidad. Mi padre es un gran admirador de Leonardo Da Vinci y en mi casa había que saber un poco de todo, me enseñó aquello de mens sana in corpore sano. De pequeño a mis hermanos y a mí nos inculcó el gusto por la lectura y el aprendizaje de todas las materias posibles. La titulación que me apetecía hacer era arte dramático, por eso mi formación en este sentido ha sido muy humanística, pero he estudiado ciencia desde niño en casa. De hecho, cuando salía a caminar con mi padre me iba explicando que determinadas montañas eran del Jurásico.
En España, la imagen de la ciencia siempre se ha llevado un poco hacia el terreno de los freaks…
Es cierto que este es un país humanístico. Acuérdate de la famosa frase ‘que inventen ellos’. La ciencia no era indispensable en un país donde Dios resolvía las cosas, así que no era necesario un sabio que asociara 'p' con 'q' -clásico ejercicio de equivalencias lógicas-. Por eso se ha visto siempre como algo ajeno. Pero por suerte creo que está cambiando y la sociedad y las nuevas generaciones están entendiendo que la ciencia es realmente un peldaño de unión más importante que la metafísica y la fe. Si uno avanza en la ciencia acaba llegando a una necesidad de fe tremenda. Es maravilloso demostrarle a la gente que la ciencia no es una especie de santa santorum, de misterio en el que hay que hablar un código muy extraño. No hace falta tener la piedra Rosetta, con dos conocimientos de andar por casa descubres que la ciencia es algo fascinante.
Te han denominado 'experto' en cultura estadounidense por tu monólogo 'Los americanos'. ¿La mejor ciencia se desarrolla allí?
Evidentemente los estadounidenses entendieron la importancia de la ciencia. Pero no hay que atribuirles todo el mérito a ellos. Hay que tener en cuenta que Estados Unidos ha sido fundado por masones amantes de la ciencia y el conocimiento, como George Washington o Benjamin Franklin. Luego tuvo una especie de parón, pero cuando vio lo que hacía la Unión Soviética, de repente intentaron recuperar el pulso a la ciencia. A partir de Eisenhower, entendieron que solo con la formación científica de la juventud el país puede tener un futuro de vanguardia. Esto es algo que en España no terminamos de entender. Aquí seguimos gastando muy poquito dinero en investigación, en desarrollo, en innovación. Formamos gente para que luego trabaje fuera, y es doloroso. No entendemos, por ejemplo, que los avances en astronáutica luego se aplican en un colchón para dormir mejor...
¿Es el humor una buena herramienta para acercar la ciencia a la sociedad?
Sí, ya los clásicos decían eso de ‘enseñar deleitando’. Creo que el humor es precisamente la herramienta para hablar de esto porque no hay otra forma de concebirlo que no sea el humor. Una de las cosas que le explico al público es cuántas decisiones tomamos con nuestro cerebro límbico y demuestro que son muchas. De hecho, la primera es la risa, que en humanos es resultado de la evolución. Según muchos etólogos, cuando el simio ríe está desviando el terror, es una liberación del estrés. Por ello, el gran paso que hemos dado es reírnos sin miedo. Y eso sí que es una evolución hacia mejor, en mi opinión.

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