Apocalípticos, ateos y de izquierda: cambio climático, guerras nucleares y sexta extinción masiva

Reflexiones en torno al conocido libro bíblico a partir de las últimas elaboraciones de Naomi Klein, Noam Chomsky y Pedro Prieto y los límites ecológicos del planeta.

Demián Morassi
 
Cualquiera que haga una lectura crítica del capitalismo termina en algún momento en una visión catastrofista del futuro. En algún momento la avaricia del presente terminará estrellándose en una guerra mundial, en un colapso industrial sin precedentes, en la creación de un virus transgénico que dejará estéril a la humanidad o bien en una dictadura global del 1 %. Pero de catastrofista a apocalíptico hay una larga distancia. Veamos.
El adjetivo “apocalíptico” en general es usado en forma descalificativa. A diferencia del término “colapsista”, del que muchos se hacen cargo, el tilde de “apocalíptico” tiene un sentido peyorativo, destinado a los que ante un problema X perciben un desenlace más desastroso que las peores posibilidades que imagina la media, algo así como el escenario peor imposible. Tal vez el contrario de la utopía, seguramente mejor que el término “distopía”. Las distopías plantean que una espiral descendente de algún problema del presente nos lleva a un mundo catastrófico en términos de ficción. Pero el Apocalipsis que no es leído como ficción sino como profecía, como hecho que sí va a ocurrir plantea que todos los problemas se presentarán juntos, así como la utopía (comunista, anarquista, la que sea) nos lleva a un lugar ideal en todos los sentidos.
La palabra suena en todas las cabezas de una manera distinta. Vemos “imágenes apocalípticas” cuando un drone nos muestra la ciudad de Aleppo en Siria, después de un terremoto como el de Nepal, al pasar el tifón Hayan en Filipinas o el tsunami en las costas japonesas por señalar algunos eventos de esta década. Pero “El Apocalipsis” no es eso, quizás esos sean algunos “eventos apocalípticos”. El Apocalipsis, que no es otra cosa que un capítulo del Nuevo Testamento de La Santa Biblia, escrito por San Juan o alguno de sus seguidores, habla de una destrucción a nivel global.
Pero ¿Cómo sería este punto de contacto entre intelectuales ateos de izquierda y un concepto religioso, promocionado quizás para generar miedo y sumisión y respetar un orden moral? Dos escritores muy leídos por la izquierda sacaron sendos libros donde nos dan a entender que estamos próximos a algo semejante al Apocalipsis. Me refiero a Naomi Klein y Noam Chomsky.
Chomsky
Del estadounidense se acaba de publicar en castellano el libro ¿Quién domina el mundo? (Ediciones B, 2016), que nos trae un capítulo denominado “El reloj del Apocalipsis” donde nos apunta dos temores fundamentales: el cambio climático y el peligro de una guerra nuclear. Así comienza:
“En enero de 2015, el Bulletin of the Atomic Scientist avanzó su famoso Reloj del Apocalipsis y lo puso a tres minutos de la medianoche, un nivel de amenaza que no se había alcanzado en treinta años. La declaración del Bulletin justifica que adelantara el reloj hacia una catástrofe invocando las dos principales amenazas a la supervivencia: armas nucleares y “cambio climático descontrolado”. El llamamiento condenaba a los líderes mundiales que “no han sabido actuar con velocidad o en la escala requeridas para proteger a los ciudadanos de una potencial catástrofe”, poniendo en peligro a “todas las personas de la Tierra al no cumplir con su deber más importante: garantizar y preservar la salud y la vitalidad de la civilización humana”.
“Desde entonces, ha habido buenas razones para pensar en volver a adelantar el reloj y poner las manecillas más cerca del Apocalipsis”.
Cuando continuamos la lectura del capítulo encontramos una breve síntesis de los problemas climáticos pero sobre todo gran preocupación (e información) sobre la cuestión nuclear. El libro fue publicado antes de la asunción de Trump y, poco después de las elecciones, en una conferencia para el vigésimo aniversario de Democracy Now! El autor decía:
“Quiero dirigir unas palabras en especial a los jóvenes que se encuentran dentro del público: Ustedes enfrentarán problemas que no han surgido en más de 200.000 años de historia de la humanidad. Serán problemas difíciles y exigentes. Se trata de una carga que no se puede ignorar. Y todos nosotros, pero sobre todo ustedes en particular, tendrán que luchar fuertemente para salvar a la especie humana de un destino sombrío”.
Klein
La canadiense Naomi Klein publicó Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima (Paidós, 2015). Ya no dedicando un capítulo sino todo un libro al problema que desde su introducción nos plantea la gran catástrofe que se avecina:
“Muchos de nosotros practicamos esta especie de negación del cambio climático. Nos fijamos por un instante y luego miramos para otro lado. O miramos, pero enseguida convertimos lo que vemos en un chiste (« ¡venga ya, más señales del Apocalipsis!»), lo que no deja de ser otro modo de mirar para otro lado.
(…) El objetivo de los 2° C se nos antoja actualmente un sueño utópico. Y no son sólo los ecologistas quienes están haciendo sonar la alarma. El Banco Mundial advirtió en el informe antes mencionado de que «avanzamos hacía un incremento de 4° C de la temperatura del planeta [antes de que termine el siglo], lo cual provocará olas de calor extremo, disminución de las existencias de alimentos a nivel mundial, pérdida de ecosistemas y biodiversidad, y una elevación potencialmente mortal del nivel de los océanos». Y alertaba de que «no hay, además, seguridad alguna de que sea posible la adaptación a un mundo 4° C más cálido». Kevin Anderson, antiguo director (y actual subdirector) del Centro Tyndall para la Investigación del Cambio Climático, que se ha afianzado en poco tiempo como una de las principales instituciones británicas dedicadas al estudio del clima, es más contundente todavía. Según él, un calentamiento de 4 °C (7,2 °F) es «incompatible con cualquier posible caracterización razonable de lo que actualmente entendemos por una comunidad mundial organizada, equitativa y civilizada».
(…) Un calentamiento de 4 °C podría significar una elevación del nivel global de la superficie oceánica de uno o, incluso, dos metros de aquí al año 2100 (y, de rebote, garantizaría unos cuantos metros adicionales como mínimo para los siglos siguientes). (…). Al mismo tiempo, las brutales olas de calor que pueden matar a decenas de miles de personas (incluso en los países ricos) terminarían convirtiéndose en incidentes veraniegos comunes y corrientes en todos los continentes a excepción de la Antártida. El calor haría también que se produjeran pérdidas espectaculares en las cosechas de cultivos básicos para la alimentación mundial (existe la posibilidad de que la producción de trigo indio y maíz estadounidense se desplomara hasta en un 60 %), justo en un momento en el que se dispararía su demanda debido al crecimiento de la población y al aumento de la demanda de carne. Y como los cultivos se enfrentarían no solo al estrés térmico, sino también a incidentes extremos como sequías, inundaciones o brotes de plagas de gran alcance, las pérdidas bien podrían terminar siendo más graves de lo predicho por los modelos. Si añadimos a tan funesta mezcla huracanes ruinosos, incendios descontrolados, pesquerías diezmadas, interrupciones generalizadas del suministro de agua, extinciones y enfermedades viajeras, cuesta ciertamente imaginar qué quedaría sobre lo que sustentar una sociedad pacífica y ordenada (suponiendo que tal cosa haya existido nunca). 
Tampoco hay que olvidar que estos son los escenarios de futuro optimistas: aquellos en los que el calentamiento se estabiliza más o menos en torno a una subida de 4 °C y no alcanza puntos de inflexión más allá de los cuales podría desencadenarse un ascenso térmico descontrolado. 
(…) En 2011, la (por lo general) sobria Agencia Internacional de la Energía (AIE) publicó un informe con una serie de proyecciones que venían a indicar que nos encaminamos en realidad hacia un calentamiento global de unos 6 °C (…). (Los indicios señalan que un calentamiento de 6 °C hará probablemente que superemos varios puntos de inflexión en diversos procesos: no solo en aquellos de mayor lentitud, como el ya mencionado derretimiento de la capa de hielo de la Antártida occidental, sino muy posiblemente también en otros más bruscos, como las emisiones masivas de metano a la atmósfera procedentes del permafrost ártico)”.
Si bien estos dos miedos son los principales, también hay otros. Este año la Unión Europea se suma a los estadounidenses en que hay que empezar a tomar medidas de prevención ante una tormenta solar (Efecto Carrington) que, en principio, dejaría sin electricidad a este mundo hiperconectado como en 1859 dejó sin telégrafos por dos días a los países europeos. El efecto social podría desencadenar un evento catastrófico. Ni que hablar la posibilidad de una epidemia global o una plaga que afecte monocultivos de base para la alimentación o la muerte masiva de polinizadores. Los picoleros afirman que el pico de petróleo dará el punto de inflexión al colapso y mientras tanto en los países ricos la alarma más urgente de caos va por el lado de un crash bursátil, que muchos prevén de proporciones incalculables, superiores al del ´29 o del 2008. La pirámide Ponzi sobre la que se afirma el sistema financiero no parece tener ninguna posibilidad de supervivencia en el corto plazo, sea quien sea que pague por ello (capital o trabajo) el efecto salpicará para uno y otro lado.
Prieto
Pero si queremos ser metodológicamente correctos para introducir el término apocalíptico al futuro que se avecina, nada mejor que las observaciones de Pedro Prieto (miembro de ASPO –Asociation for the Study of Peak Oil) quien nos compara algunos párrafos del Apocalipsis con la realidad actual [1] y comprueba que en algunos ítems la realidad ya le está ganando por goleada al texto escrito.
“(…) En el caso del Apocalipsis de San Juan, las descripciones que da de las destrucciones que se suceden a cada toque de trompeta de los siete ángeles, son totalmente cuantificables, absolutamente objetivables y afectan a aspectos muy específicos de la vida en la Tierra. Y, lo que es peor, la mayoría de ellas ya ha sucedido y la inmensa mayoría de los que poblamos la Tierra, seguimos sin darnos por enterados.
Invitamos a los que siguen siendo negacionistas y cargan contra los que consideran apocalípticos por denunciar los destrozos y el agotamiento del planeta, pensando en que nos excedemos en la dimensión de los desastres existentes, a que tomen un Apocalipsis (es un libro muy corto, se lee en una hora) y cotejen algunos pasajes de los que les vamos a mostrar aquí, por si piensan que les engañamos:
(…)La visión de las siete trompetas tocadas sucesivamente por siete ángeles, anuncian, en general, cada una de ellas, la destrucción de un tercio de cosas vitales en el planeta Tierra. Por ejemplo”:
Trataré de actualizar los ejemplos que da Prieto con el Informe Planeta Vivo 2016 de la Fundación Vida Silvestre (WWF):
7. “Tocó, pues, el primer ángel la trompeta; y fueron hechos granizo y fuego, mezclados con sangre, y descargó sobre la tierra, con lo que la tercera parte de la tierra se abrasó, y con ella se quemó la tercera parte de los árboles, y toda la tierra verde”.
Si la historia de la deforestación por parte del ser humano tiene distintos momentos, se calcula que la mitad de la superficie boscosa del planeta desapareció con respecto a 1850, siendo los que menos sufrieron los bosques tropicales, que según el IPV 2016 desde 1700 hemos perdido el 25 % (faltarían 8 puntos porcentuales para los niveles apocalípticos).
8. “El segundo ángel tocó también la trompeta, y se vio caer en el mar como un grande monte todo de fuego, y la tercera parte del mar se convirtió en sangre”.
9. “Y murió la tercera parte de las criaturas que vivían en el mar, y pereció la tercera parte de las naves”.
En el punto 8 Pedro Prieto lo relaciona con las plataformas de petróleo incendiándose en el medio del mar (la película Deepwater Horizon sobre la explosión de la plataforma petrolera seguro le hace honor a ese párrafo de San Juan) y el IPV 2016 nos da una pérdida bastante ajustada al Apocalipsis: declive del 36% de vertebrados marinos pero no desde 1700 sino entre 1970 y 2012. En cuanto a la tercera parte de las naves estamos lejos, aunque la fabricación de barcos está cayendo rápidamente, aún no ha empezado a bajar la cantidad.
10. “Y el tercer ángel tocó la trompeta; y cayó del cielo una grande estrella, ardiendo como una tea, y vino a caer en la tercera parte de los ríos y en los manantiales de las aguas”.
11. “Y el nombre de la estrella es Ajenjo, y así la tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo, con lo que muchos hombres murieron a causa de las aguas, porque se hicieron amargas”.
Me ahorro buscar metáforas a la “grande estrella” y vamos al grano: contaminación de ríos, lagos y acuíferos han tenido como resultado la muerte de muchos “hombres” (también mujeres claro). El IPV además nos da la visión hiperapocalítica (si se me permite la palabra): 81% de pérdida de vertebrados salvajes en aguas dulces entre 1970 y 2012. La responsabilidad de esa pérdida el IPV lo relaciona en parte con ese “ajenjo”: contaminación (12%), enfermedades (12%) y pérdida o degradación de hábitats (48%). En cuanto a la cantidad de seres humanos que no tienen acceso al agua potable en 2015 la OMS nos decía que la cosa estaba un poco mejor que en 1990, sólo el 9% no tienen acceso al agua contra el 24% de ese año pero sabemos que hay dos detalles que pueden complicar esa mejoría (ya la tenía que arruinar): estamos bombeando agua con petróleo en muchísimas zonas por un lado y, por otro, los glaciares que forman los ríos se están reduciendo en la mayoría de montañas. El caso de Yemen es clarísimo, al aumentar el precio del combustible los agricultores no podían pagar su insumo básico para regar (y beber) cuestión que a los pocos meses voltearon al gobierno y desde 2014 se encuentra en una espiral destructiva de su entramado socioeconómico muy difícil de resolver.
Luego el Apocalipsis se va poniendo menos técnico y más metafórico: “caballos y sus jinetes, que vestían corazas de fuego, y de color de jacinto y de azufre, y las cabezas de los caballos eran como cabezas de leones, y de sus bocas salía fuego, humo y azufre”. A lo que Pedro Prieto encuentra asociaciones con tanques de guerra, ojivas nucleares y todo lo que tu imaginación pueda asociar.
Y qué dice el Papa progresista que ahora dirige la institución verticalista, misógina y antropocentrista con más adeptos en el mundo. No dice cosas muy distintas a Naomi Klein y Noam Chomsky. En su encíclica Laudato Si [3], si bien no aparece la palabra Apocalipsis, explica de forma sencilla lo básico del problema climático:
“24. A su vez, el calentamiento tiene efectos sobre el ciclo del carbono. Crea un círculo vicioso que agrava aún más la situación, y que afectará la disponibilidad de recursos imprescindibles como el agua potable, la energía y la producción agrícola de las zonas más cálidas, y provocará la extinción de parte de la biodiversidad del planeta. El derretimiento de los hielos polares y de planicies de altura amenaza con una liberación de alto riesgo de gas metano, y la descomposición de la materia orgánica congelada podría acentuar todavía más la emanación de dióxido de carbono. A su vez, la pérdida de selvas tropicales empeora las cosas, ya que ayudan a mitigar el cambio climático. La contaminación que produce el dióxido de carbono aumenta la acidez de los océanos y compromete la cadena alimentaria marina. Si la actual tendencia continúa, este siglo podría ser testigo de cambios climáticos inauditos y de una destrucción sin precedentes de los ecosistemas, con graves consecuencias para todos nosotros”.
También dedica extensos párrafos al potencial destructivo de los avances tecnológicos:
“104. Pero no podemos ignorar que la energía nuclear, la biotecnología, la informática, el conocimiento de nuestro propio ADN y otras capacidades que hemos adquirido nos dan un tremendo poder. Mejor dicho, dan a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del mundo entero. Nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien, sobre todo si se considera el modo como lo está haciendo. Basta recordar las bombas atómicas lanzadas en pleno siglo XX, como el gran despliegue tecnológico ostentado por el nazismo, por el comunismo y por otros regímenes totalitarios al servicio de la matanza de millones de personas, sin olvidar que hoy la guerra posee un instrumental cada vez más mortífero. ¿En manos de quiénes está y puede llegar a estar tanto poder? Es tremendamente riesgoso que resida en una pequeña parte de la humanidad”.
En conclusión, que los ateos (y supongo muchos cristianos) no podemos ser apocalípticos porque no creemos que ese texto sea la verdad pero sí lo podemos parecer. Por un lado porque usamos ese texto como metáfora y por otro porque las descripciones del futuro que damos a partir de la información que tenemos son semejantes a algunos de los datos concretos que predijo San Juan o el que se supone que escribió esto a fines del Siglo I o principios del II de la Era Común. Lo que hacemos es una especie de Apocalifting.

Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/Apocalipticos-ateos-y-de-izquierda-cambio-climatico-guerras-nucleares-y-sexta-extincion-masiva - Imagen: ‪SurySur‬ - ‪www.pinterest.com‬

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