Las lecciones de Kristine Tompkins

Hace casi 25 años cambió su vida radicalmente y se vino a la Patagonia con Douglas Tompkins, junto a quien luchó ferozmente por conseguir miles de hectáreas para conservar. Hoy, viuda desde hace ya más de un año, no ha dejado de trabajar un momento y está cediendo al Estado de Chile buena parte de esas tierras que tanto le costó conseguir. De sus pérdidas y entregas habla la ejecutiva que se convirtió en filántropa.
 
Kristine Tompkins, que es como le gusta que le digan, nació con el apellido McDivitt a comienzos de los 50 en un rancho en California, que perteneció a su tatarabuelo, donde antes que ella y sus hermanos se criaron su bisabuelo, su abuelo y su padre. “Creo que la vida que llevo hoy es posible justamente porque mi familia y mi juventud fueron de raíces muy profundas, lo que me dio la confianza para vivir de manera distinta después”.
Con “la vida que llevo hoy” se refiere a un estilo nómade que tras enviudar a fines de 2015 se ha intensificado. Pasa tiempo en Santa Paula, pequeña ciudad de California en la que vive su mamá de 98 años; en Ventura, donde está la casa matriz de la empresa Patagonia, de cuyo directorio forma parte, o en San Francisco, donde está la sede de su fundación ConservaciónPatagónica. Recientemente estuvo en Santiago, ciudad que no le gusta, tras unos días en las islas Galápagos, donde además de bucear, investigó cómo funciona esa área protegida de Ecuador y partió a Pumalín, para seguir después al Parque Patagonia y cruzar a Argentina, a Iberá, zona en la que pasará los meses de invierno. Va a recorrer así los principales proyectos de conservación que durante las últimas dos décadas han ocupado su vida y hasta el último día de la de su marido. Douglas Tompkins, quien murió en un accidente en kayak, dejándola a cargo de la obra que construyeron en común.
¿Cuál es o dónde te sientes en tu casa?
He llevado una vida nómade estos 24 años. Empezamos en Pumalín, después nos extendimos a Argentina y después hacia el Parque Patagonia en 2004, así es que realmente nuestro lugar siempre ha sido aquel donde está el proyecto en que estamos trabajando. Cuando estoy en Iberá, ese es mi favorito, cuando estoy en Pumalín, lo mismo y así. Son zonas completamente especiales, entonces, ¿quién no querría tener esa ruta?
Su ruta pasa por varios miles de hectáreas de las cuales ella de alguna manera empieza a despedirse, porque en el último año, en Chile, se ha acelerado el traspaso al Estado de esos terrenos que los Tompkins adquirieron en medio de mucha resistencia. El 15 de marzo pasado la presidenta Michelle Bachelet y la filántropa estadounidense firmaron el acta y protocolo de entrega de 407 mil hectáreas a las que el gobierno sumará otras 900 mil de terrenos fiscales. Así surgirá la Red de Parques Nacionales de la Patagonia, que incluye los de Pumalín, Melimoyu y Patagonia, y amplía los de Hornopirén, Corcovado e Isla Magdalena. El hecho es considerado la mayor donación de tierras de un privado y es lo que ha tenido ocupada a Kristine Tompkins tras la muerte de su marido.

Bienvenida a Patagonia
Probablemente esta historia no se estaría contando si no se hubiera cruzado en ella Yvon Chouinard. O más bien si a mediados de los 60 el actual dueño y fundador de la empresa de ropa Patagonia, en esa época un veinteañero escalador y surfista, no hubiera arrendado una cabaña en la playa a pasos de la casa de Kristine y su familia.
Antes de llegar ahí, ella había vivido en Venezuela, a donde partió a los ocho años siguiendo a su padre, un ingeniero químico de Stanford que se fue a trabajar a una petrolera en Orinoco, donde dado que vivía rodeada de más estadounidenses aprendió poco español. “Creo que todas esas experiencias me formaron con mucha confianza en mí misma”, dice Kristine.
¿Por qué?
Porque estuvimos expuestos como chicos a muchas cosas. Mis padres eran extraordinarios y creían en la importancia de la educación formal y la universidad pero también en la que viene de la casa, de viajar con tus niños, de darles libertad para explorar y la posibilidad de tener éxitos y de equivocarse. Eso produce personas seguras de sí mismas, no de una manera arrogante, sino que te lleva a incorporar experiencias y creer que puedes hacer cosas, superar dificultades y desafíos.
¿Cuánto estuviste en Venezuela?
Hasta los 10 años, porque a mi papá le dio polio bulbar (enfermedad infecciosa que afecta el tronco encefálico) y murió después de cinco días, tras lo que volvimos a California. Ahí crecimos como chicos silvestres. Yendo al campo todos los años y con primos en cada lado, con los que formábamos una tribu. Esa no es la raíz de mi interés por proteger la naturaleza, pero sí la de sentirme súper conectada con ella.
En el despertar del interés por la conservación está Yvon Chouinard, que hoy es considerado un gurú de los negocios con conciencia ambiental y social. “En los 70 él ya estaba hablando de los daños que se estaban produciendo, en ese caso en un río cerca del área donde estaba la oficina de Patagonia. Esa fue la primera vez que entendí que algo estaba mal y empecé a conocer los efectos del desarrollo global”.
Foto: Marcelo Segura

Chouinard se hizo amigo de su hermano Roger y de ella, en esa casa en la playa cuando Kristine tenía 15 años. En su libro, Let My People Go Surfing, él cuenta que esa época la futura señora Tompkins era una adolescente salvaje que tenía vueltos locos a sus profesores. “Como era una chica de la playa, muchas veces iba al colegio descalza, sólo para que le dijeran que no volviera hasta que se pusiera zapatos. Estaba constantemente tratando de violar las reglas y un día se envolvió los pies con cordones de cuero y llegó diciendo que eran sus sandalias”, dice el empresario quien luego agrega que cuando salió del colegio, a la madre de Kristine le dijeron que no perdiera el tiempo mandándola a la universidad. El consejo no fue tomado en cuenta y ella, que era una excelente esquiadora, entró con una beca deportiva a estudiar historia en el College of Idaho.
¿Cómo llegas a Patagonia, la empresa?
Tras mi primer año en el college, volví a mi casa en el verano y mi mamá me aclaró que, contrariamente a lo que yo creía, ella no era mi banco personal y que tenía que buscarme un trabajo. Fui donde Yvon y le pedí uno. “Puedo jugar tenis, montar un caballo pero no sé nada más”, le expliqué y él me dijo que trabajara con él por dos dólares la hora. En esa época no existía Patagonia sino que tenía una pequeña empresa llamada Chouinard Equipment que fabricaba material para escalar y ahí pasé el verano.
¿Y volviste otra vez después de graduarte?
En mi familia te financian todo hasta que terminas la universidad, pero en el momento que recibes tu diploma pasas a ser responsable de ti misma. Obviamente si estás enferma o en una situación complicada sabía que ayudarían, pero de lo contrario no recibiría un peso. Entonces con Malinda, la señora de Yvon y mi mejor amiga, quisimos ser arqueólogas y nos fuimos a meter a las ruinas de Tikal en Guatemala. Era 1972 y en esa época todavía estaban haciendo excavaciones, ¡fue una locura! Cuando volvimos a Estados Unidos, y en ausencia de un mejor plan, el plan fue trabajar con Yvon otra vez.
Al poco tiempo, Chouinard quiso hacer ropa para deportes outdoor y le pidió que lo ayudara con esa empresa que llamó Patagonia en honor a la zona que él había conocido en compañía de su amigo Douglas Tompkins, con quien hizo en 1968 un célebre ascenso al monte Fitz Roy (o Cerro Chaltén) una montaña muy difícil de escalar en campo de hielo y que es el símbolo de la compañía.
En esa época viste por primera vez a Douglas Tompkins.
Claro, porque estaba visitando a Yvon. Pero en esa época él estaba casado, con sus hijas, y yo tenía 19 años.
Cada uno siguió su camino. Ella se casó con Dennis Hennek, otro escalador con quien no tuvo hijos y de quien más tarde se separó, y paralelamente fue creciendo en responsabilidades en Chouinard Equipment y Patagonia Inc., que se volvió una floreciente empresa de la que pasó a ser gerente general en 1979. “Yo no tenía planes ni interés en los negocios. Lo que me gustaba era estar creando algo increíble”, dice.
Según relata Chouinard en su libro, Kristine aprendió rápido y “aseguró mejor financiamiento, inspiró a la fuerza de venta, consiguió contratos de exclusividad con los proveedores, acogió a los empleados que estaban inquietos y usó su talento para la intimidad y la puesta en escena para movilizar a la compañía como un todo cohesionado”.
No todo fue sencillo, claro. A comienzos de los 90 vino una recesión y tuvieron que despedir a cerca de 120 personas. Eso los llevó a reestructurarse y profundizar la visión de empresa ética, preocupada por el impacto ambiental que es su sello y ha aumentado su éxito.
En esos mismos años agitados ella se encontró con Douglas Tompkins, quien, tras haber fundado y vendido North Face y luego Esprit, empresa con la que ganó muchos millones de dólares, le vendió en 1989 su parte de esa marca a su ex esposa y socia, Susie, y empezó a dedicarse de lleno a la conservación en la Patagonia.
¿Cuándo vuelves a ver a Douglas Tompkins?
A comienzos de los 90, en Calafate. Yo estaba ahí con Yvon y otras personas, entrenando a parte del equipo de la empresa en Patagonia. La última noche fuimos a comer a un restaurante y todos comentaban que iba a venir Doug Tompkins. Él ya era conocido. Los de Esprit eran los urbanos, súper hip y nosotros los de Patagonia, comparado con ellos, éramos fomes. Bueno, y como había una silla vacía a mi lado, él se sentó ahí y se produjo un click. Yo tenía 40 y el 47, y desde entonces empezamos a volar de un lado a otro para vernos.
¿Cuánto después te viniste al sur?
Como tres años después. Fui CEO de Patagonia hasta el día en que me vine a Chile para estar con Doug y empezar estos proyectos. Me retiré un viernes después de 24 años y dos días después cerré mi casa en la playa, agarré dos bolsos y me fui.
La mitad de los profesionales de 40 sueñan con eso, dejar su trabajo y mandarse a cambiar, ¿cómo fue para ti?
¿Sabes qué? Si vas a hacer un gran cambio en tu vida, no lo haces por amor, es por una combinación de factores. Yo era CEO de una compañía que estaba creciendo, a la que conocía perfectamente, en la que había ganado mucho dinero y tenía una casa increíble en la playa. Todo estaba controlado, pero sabía que quería hacer algo distinto, empezando porque nunca había estado en nada más. Si seguía ahí, mi currículum iba a tener sólo una línea. A mí me gustaba mucho Patagonia y estoy muy orgullosa de la empresa, hoy más que nunca, pero en ese momento me enamoré y Doug me invitó a hacer un viaje en kayak; me fui por 10 días, me quedé cinco semanas y cuando volví anuncié que me retiraba a fin de año. Creo que fue un total acto de fe. Pero no se hacen esos cambios radicales exclusivamente porque te enamoraste. Tienes que querer vivirlos, no son algo que sólo te tira, sino que algo que tú quieres empujar. En mi caso fueron esas dos cosas: por un lado yo sabía que quería hacer algo más, pero no estaba segura de qué y en ese sentido las ideas de Doug y las que empezamos a pensar juntos muy rápidamente fueron el catalizador para descubrirlo.
¿Estabas asustada?
Yo siempre, en todos los momentos, ese incluido, analizo los riesgos y qué es lo peor que puede pasar. Pensé: “Dejo mi posición en Patagonia, me voy para allá con Doug, y supongamos que me doy cuenta de que fue un error. Pues bien, en ese caso vuelvo y busco algo nuevo. ¿Puedo arriesgar eso?”, me pregunté. “Sí, puedo”, dije. ¿Tuve razón? Sí. Y no me refiero sólo con respecto al amor, caso en el que estuve cien veces más en lo correcto de lo que pensé en ese momento.
¿En qué otro aspecto tuviste razón?
Desde que tomé esa decisión he conocido historias de gente a la que yo realmente respeto, que me han hablado extensamente al final de su vida de qué hubieran hecho distinto. Especialmente dos de ellas, me han dicho por separado, y estoy hablando de gente muy realizada, que les hubiera gustado luchar con más fuerza, como conservacionistas y activistas. Porque al final de tus días te preguntas qué hiciste con tu vida: de qué días me acuerdo, donde usé y me gasté mi energía, fui capaz de experimentar el amor en la forma más profunda y salvaje de la palabra, ese que más allá del amor romántico y tiene que ver con defender lo que amas, sea lo que sea y vivir lo que yo llamo una “wild life”. Creo que es muy bueno no atormentarse sobre la muerte pero sí hay que pensar en cómo vas a contestar esas preguntas y si no te gusta la respuesta, entonces hay que averiguar qué vas a hacer al respecto. Esa es una gran lección. No es que yo tuviera eso tan claro en el momento en que dejé la empresa Patagonia, es lo que veo cuando miro atrás. No quiere decir que no haya sido difícil, pero me horroriza pensar qué hubiera sido de mi vida si no hubiera dado ese paso.
¿Dónde estarías si no te hubieras venido?
¡No tengo idea! Pero ¿me podría haber quedado en Patagonia todo este tiempo? Sí, y resulta que en los últimos 25 años surgió y descubrí una gran parte de mí que si no, no hubiera aparecido.

Foto: Tompkins Conservation

No tan bienvenida a la Patagonia
Douglas y Kristine Tompkins se casaron en 1993, comenzaron a utilizar su enorme fortuna para comprar tierras en las que hay reservas biológicas de alto valor y crearon zonas de conservación en Chile y Argentina como el campo Reñihué, que se transformó en Pumalín, o la Estancia Chacabuco donde está el Parque Patagonia. Sus adquisiciones generaron resistencia entre parte de los habitantes locales que veían sus planes de conservación como una interferencia para el desarrollo de las áreas en que vivían y en sectores políticos, empresariales y la Iglesia Católica, los que miraban con mucha sospecha a esta pareja que quería “cortar Chile en dos”. La oposición alcanzó su máxima intensidad durante el gobierno de Eduardo Frei, la que contrasta con lo que ocurre hoy, cuando la donación de terrenos ha sido ampliamente celebrada y Douglas Tompkins es recordado por muchos como un líder ambiental que dejó una huella profunda en Chile y contribuyó a revalorizar la zona de la Patagonia.
En estos últimos 25 años has conocido, en las buenas y malas, comunidades del sur, presidentes, empresarios y a todo tipo de líderes. ¿Cómo ves Chile hoy?
Creo que ha cambiado muchísimo y de varias maneras. Cada país tiene una curva, crece y crece, pero después se empiezan a dar cuenta de que tienen que seguir desarrollándose, pero también que hay que empezar a proteger sus grandes obras maestras. Todos pasan por lo mismo y veo que Chile ha llegado a esa etapa y la donación de tierras que estamos haciendo, esta sociedad con el gobierno y la creación de estos nuevos parques es parte de eso. Desde el 15 de marzo en adelante las noticias de esta propuesta o protocolo han dado la vuelta al mundo, he tenido que dar entrevistas, desde a la BBC a Singapur. Este esfuerzo se ha expandido. Y le doy a la ciudadanía chilena, su presidenta y su gobierno, un crédito tremendo. Porque este es un país en desarrollo, seguro, que tal vez tiene problemas, pero es organizado y está creando el proyecto más grande de este tipo en la historia, y está pasando aquí, en Chile. Es increíble.
Costó llegar a este momento, ¿cómo viviste tú esos años en los 90 cuando eran resistidos?
Ahora lo veo con ojos muy distintos. En los primeros cuatro años cuando empezamos a adquirir las principales propiedades de Pumalín fue duro. Ahora sé que en casi todos los parques nacionales del mundo, incluso en Estados Unidos, al principio hubo resistencia y se produjo este conflicto entre desarrollo y conservación. No ocurrió porque estábamos en Chile, ocurre en todas partes. Era natural, ahora lo entiendo, pero en ese momento no lo sabía.
¿Te acuerdas especialmente de algún episodio?
De lo que nunca me voy a olvidar es de los chilenos que nos defendieron. Aquí en Santiago, líderes sociales, de la cultura, individuos que nos invitaron a comer a sus casas con sus amigos con influencia para que pudiéramos conversar. Hubo gente de una generosidad extrema que fue incluso criticada en su círculo social por hacerse amiga de “los Tompkins”. Gente como Drina Rendic y varios que estuvieron abiertos a discutir y a dejarnos explicar que no se trataba de comprar toda esta tierra para cerrar la puerta, sino que para dar acceso público a los parques que eventualmente queríamos donar al país.
¿Ya tenían tan claro el plan en ese momento?
No en términos de que todo fuera parque nacional, eso llegó después, pero siempre tuvimos la idea de dar acceso público.
En lo privado estabas enamorada y recién casada y en lo público se enfrentaban a una situación muy hostil.
Esa fue la época de mi vida cuando tuve que usar la parte de mí a la que le gustan las circunstancias complicadas y los desafíos, venga de mi padre, o de quien sea. Realmente fue una temporada difícil: nuevo matrimonio, en un idioma que no era el mío, controversia y viviendo en Pumalín donde apenas había caminos. No había una sola cosa en mi vida que no estuviera de cabeza. Pero creo que es como poner tu ropa en la lavadora. Se mueve de un lado otro, pero sale limpia. El acero de las espadas samurái en Japón tiene que ser creado a altísimas temperaturas y de eso resulta una espada que dura dos mil años, afilada y hermosa. Y es así como veo la vida. Es en los momentos difíciles cuando construyes resiliencia y eso trae sabiduría.
¿Cuándo empezó a surgir la espada? ¿Cuándo sentiste que había resultados?
El día que Doug murió. Ese momento fue como si me hubieran amputado… Para mí no fue una muerte, fue una amputación. Nosotros éramos inseparables, totalmente. No voy a decir que estábamos obsesionados el uno con el otro, pero algo así. Siempre pensamos que íbamos a morir juntos, en el avión, no sé, y él siempre decía que si no ocurría de esa manera, iba a ser insoportable para el que se quedara. Y tenía razón.
¿Así lo has sentido?
Peor que eso. Nosotros trabajábamos juntos, estábamos completamente plegados, como origami. Así es que si tú me preguntas cuándo tuve que usar ese acero de la espada, fue el día en que murió y cada día después de ese día.
¿Por eso no paraste de trabajar y seguiste desde el primer momento empujando los proyectos?
De hecho, los aceleré. El dolor es increíblemente clarificador. Y por otra parte ahora hay uno de nosotros, y por supuesto nuestro equipo con el que llevamos tanto tiempo trabajando. Decidí aumentar la temperatura e ir por ello seriamente.
Entregar la Patagonia
¿Cómo estás viviendo esta otra pérdida, la de desprenderte de la tierra a la que te has dedicado?
Yo estoy lista y creo que Chile también. Hay muchos temores, con respecto a la Conaf, sobre los parques o lo que sea, pero creo que es al revés: este es el momento en que este país va a empezar a cambiar la forma en que ve su red de parques nacionales. Yo sé que nadie va a cuidar esas tierras como nosotros con Doug y nuestro equipo lo hacíamos; ni mi familia podría. Pero sé que Chile quiere.
¿Qué te hace pensar eso?
Estamos trabajando con el gobierno casi diariamente y la ciudadanía muy rápidamente se va a dar cuenta de que los parques son de ellos, que el gobierno tiene que cuidarlos. ¿Será perfecto? No, pero nunca lo es. En ningún país. Es un programa muy grande y no es que nosotros donemos todo y desaparezcamos al día siguiente, estamos trabajando mucho en el proceso de postdonación, para ver cómo apoyamos a Chile, a este gobierno y al siguiente. Creo que ustedes en 10 años van a tener una red de parques nacionales de nivel mundial. Sí, lo creo, y yo no soy una persona súper dulce e ingenua que dice que todo va a estar bien. Pero este es un momento en Chile. Además, frecuentemente esta historia se cuenta como la de Doug and Kris, pero también es muy importante que entiendan que hay gente que ha estado ahí, en terreno, día a día en condiciones difíciles por muchos años porque creen que están creando algo que va a durar por siempre en su país. Y esas son personas para recordar. Esto no es sólo Kris and Doug, los que han creado estas joyas son chilenos.
¿Confías en que la Conaf va a poder con este desafío?
Es que es el país y su liderazgo en general el que tiene que hacerse cargo. No se puede poner toda la responsabilidad en la Conaf. Este es un bien, como el cobre en la tierra o los peces en el mar. Los parques nacionales son una marca global y un bien del Estado de Chile y tiene que invertir en ellos y más de lo que lo está haciendo hoy.
¿Cuál te gustaría que fuera tu legado?
Que fui una persona leal, feroz, con raíces de familia y amigos de vida y que trató de dignificar a las comunidades humanas con trabajo real, que el planeta no existe simplemente para tomar lo que produce, que es un lugar de belleza, que es un sistema del que todos dependemos, que en algún lugar y de alguna manera tiene que haber una manera en que los humanos y la naturaleza hagan una tregua y que yo fui una luchadora en la búsqueda de ese balance.
¿Con qué parte de las tierras te vas a quedar tú?
Tengo mucho que hacer, estoy rodeada de belleza y de gente extraordinaria. No sé todavía ni estoy preocupada por eso.
Foto: Linde Waidhofer
DONACIONES
-En el año 2005, en el gobierno de Ricardo Lagos, los Tompkins entregan alrededor de 85 mil hectáreas para la creación del Parque Nacional Corcovado, en la región de Los Lagos.
-En 2014, durante la presidencia de Sebastián Piñera, donan cerca de 40 mil hectáreas para el parque Nacional Yendegaia, en Tierra del Fuego, Magallanes.
-Este año, en marzo, Kristine Tompkins firmó el acta de entrega de más de 400 mil hectáreas al fisco para crear tres nuevos parques nacionales: Pumalín, Melimoyu y Patagonia, ampliar los de Hornopirén, Corcovado e Isla Magdalena y reclasificar otros.
-En Argentina la primera donación fue en 1997 con la entrega de cuatro mil hectáreas para crear el Parque Provincial El Piñalito, en Misiones. En 2004, Conservación Patagónica, entregó 66 mil más para formar el Parque Nacional Monte León. Luego los Tompkins donaron tierras para el Parque Nacional Patagonia y la ampliación del Parque Perito Moreno. El año pasado Kristine Tompkins oficializó junto al presidente Mauricio Macri la donación de 22 mil hectáreas correspondientes al paraje Cambyretá, en los esteros del Iberá en Corrientes y se espera que se entreguen alrededor de 100 mil más.
 
Fuente: La Tercera

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