Veinte años de lucha para salvar al águila más grande del mundo en Venezuela

 Un amor por la biodiversidad y una vida dedicada a cuidar la naturaleza han hecho a Alexander Blanco merecedor del Premio Whitley 2017.
Bruno Moraes

Cuando Fábio Olmos habla de un “salto civilizatorio”, en donde todas las formas de vida son vistas como compañeras de nuestro tímido viaje a través del cosmos, con el mismo derecho a la existencia que pretendemos tener nosotros, se refiere a viejas ideas de la “filosofía ambiental”. Pero al igual que muchas otras buenas innovaciones propuestas por el “sueño hippie” de los años 60, desafortunadamente, esta expansión de nuestra conciencia ética no ha sucedido a una gran parte de la humanidad. Ese nunca fue el caso de Alexander Blanco.
 
Como su mentor Eduardo Álvarez Cordero Alexander creció en una relación íntima con las formas de vida y los fenómenos naturales. “Me crié en el campo, y mis padres siempre estimularon el cuidado de la naturaleza”. Una vida dedicada a este cuidado es perfectamente compatible con una persona que tiene un gran amor por la biodiversidad, y la combinación de esta pasión con el duro trabajo han hecho a Alexander Blanco merecedor del Premio Whitley 2017.  
El Whitley, que ya ha sido llamado “El Oscar Verde”, es uno de los premios más grandes e importantes del mundo de la conservación. Alejandro se siente honrado de haber recibido tal reconocimiento por su trabajo: “He dedicado toda mi vida como estudiante y, después de eso, en el campo profesional, a la conservación de la diversidad biológica y a la difusión de su importancia y papel como un elemento esencial del planeta “.
Impulsado por esta filosofía personal, Alexander estudió medicina veterinaria, pero con el fin  de especializarse en el trabajo con los animales salvajes.  Su primer contacto con las harpías lo tuvo en el zoológico venezolano, donde participaba en las labores de rehabilitación de esta especie. Interesado en aprender más sobre la biología, ecología y comportamiento de esta ave, Alexander descubrió que la autoridad pionera en el estudio de arpías era su compatriota Eduardo Álvarez. Cuando Eduardo presentó una conferencia en la Universidad Simón Bolívar  sobre los resultados descritos en su tesis doctoral, Alexander tuvo la oportunidad de reunirse con él, e inmediatamente se unió al equipo de trabajo del Programa de Conservación de la Águila Arpía.
Unos meses más tarde, me llegó una invitación de Eduardo, Alexander cuenta: “Había aparecido un nido activo con un polluelo en edad ideal para marcarlo con anillo y transmisor satelital, presentándose la oportunidad de marcar mi primera águila en vida silvestre y evaluar el lugar en que se encontraba. Hemos logrado detener la deforestación cerca del nido, conservar el bosque y marcar el pichón con equipo de monitoreo por satélite. Y logramos crear una minirreserva para la protección de las águilas, el nido y el hábitat en una concesión forestal. A partir de ese momento, teniendo la satisfacción de haber logrado esas metas, me inspiro a seguir trabajando y ya tengo más de veinte años en la labor de protección de esta águila y su hábitat”.
Respecto de la experiencia de escalar a los nidos, Alexander resume lo que ha aprendido en estos veinte años: “Las primeras plataformas fueron construidas entre treinta y cuarenta metros del árbol que tiene el nido. A medida que pasaron los años, fuimos acortando las distancias, y ya hemos puesto plataformas en árboles y torres a una distancia de quince metros del nido, sin causar ninguna interrupción en las actividades de las águilas”.
En el reino de las alturas
“En los veinte nidos abiertos a los visitantes, hemos tenido estudiantes, pobladores locales, investigadores, fotógrafos, camarógrafos, o ecoturistas, siempre silenciosos y respetuosos, observando las águilas en los nidos a distancias de solamente quince a veinticinco metros, y a la misma altura que el nido.  En ninguno de estos veinte nidos, las águilas han mostrado molestia o han abandonado el nido”, dijo Alexander.
De hecho, como Eduardo ya había adelantado, se han dado casos más extremos. “En la primera película de Neil Rettig, el premiado director de documentales de vida salvaje y autor del segundo artículo sobre arpías del mundo, él había construido la plataforma en el propio nido-árbol. Y así se hizo toda la película. Eso fue en los años 70, y sigue siendo una de las mejores filmaciones de arpías que existen. Y las águilas no se estresaron… nada pasó”.
Neil Rettig se convirtió en una especie de mentor para Eduardo, llevándolo a conocer a sus nidos y enseñando todo lo que sabía sobre el seguimiento de las arpías. La plataforma utilizada para su película estaba a apenas ocho metros y medio de un nido con un polluelo. Gracias a esto, fue posible observar en detalle el cuidado de los padres con el polluelo, y el proceso de maduración de una joven arpía. Obviamente nadie está sugiriendo que los turistas estén tan cerca de las águilas, pero el hecho de que sea posible llegar tan cerca del nido con equipos de filmación y aun así no molestar a los animales es alentador. En comparación con esto, un grupo de veinte pajareros observando en silencio a distancias de veinte metros no es nada.
Sin embargo, es necesario tomar precauciones. Alexander Blanco confirma lo que Eduardo había dicho: “No hay que acercarse a los nidos que se encuentran en las fases de construcción, reconstrucción o con la hembra lista para colocar los huevos o mientras está incubándolos. Cuando encontramos un nido de arpía que no se encuentra en cualquiera de estas fases, primero evaluamos el grado de adaptabilidad haciendo pequeñas pruebas, mostrando una sola persona a una distancia grande, tipo cien o ciento cincuenta metros. Esto permite monitorear los nidos para fines de investigación y para actividades de ecoturismo controladas y sostenibles”.
Alexander hace una proyección a una escala mayor. Los posibles resultados son impresionantes. “Cada nido bien manejado puede recibir varios cientos de personas por año. Con suficientes nidos localizados, bien protegidos y monitoreados para asegurar que no hay efectos negativos en el comportamiento de las águilas, algunas miles de personas por año podrían observar nidos activos de arpía desde distancias de solo veinte a treinta metros como mínimo. Podemos inferir que pueden existir suficientes nidos de arpía para crear una nueva industria verde para ayudar a mantener el bosque intacto”.
El águila que resiste
Cuando le pregunté a Alexander sobre lo que más le impresiona de las arpías, no tenía una idea clara de lo que podría responder. Hay muchas razones para impresionarse. Las arpías, llamadas en la región de Imataca “diosas del viento”, son bastante más que águilas gigantes. Algo majestuoso como una arpía adulta llevando al nido la caza a su polluelo es una experiencia única en la vida de un fotógrafo o de un observador de aves. Ellas se especializaron en caídas en picada repentinas y poderosas, son capaces de tirar de las ramas animales pesados como los perezosos o los grandes monos. Este comportamiento llamó la atención del naturalista sueco Carl Linnaeus, quien nombró a la especie inspirado en la mitología: las arpías eran  espectros alados femeninos de la mitología griega, que capturaban de repente a la gente, castigándola a instancias de Zeus.
No se sabe exactamente que habrán hecho los perezosos y los monos capuchinos para molestar tanto a Zeus, pero el hecho es que las arpías vuelan sobre los bosques de las Américas del Sur y Central hace millones de años, cazando estos animales mucho antes de la llegada de la especie humana. La respuesta de Alexander, sin embargo, tiene más que ver con esta llegada, y con los problemas que trajo.
“Lo que más me sorprende del águila arpía es su capacidad de resistir y adaptarse a los cambios que sufre su hábitat, a pesar de las dificultades que afrontan estas águilas tienen la habilidad de poder mantener vivo e intacto ese espíritu indomable y tener una razón para su sobrevivencia, que es la esencia misma de protección de su zona de vida y sus descendencias”.  Este espíritu indomable es típico no solo de arpías. Alexander posee un corazón valiente, un requisito previo para trabajar con aves rapaces a decenas de metros de altura.
“Tuve un accidente, registrado durante la grabación del documental ‘The Hunt’, de la BBC. Fue una situación fortuita que lamentablemente ocurrió, pero salimos airosos de eso. Claro está, las posibilidades de sobrevivir de una caída de más de 35 metros de altura, son muy remotas, pero bueno a mí me tocó pasar esta situación y sobrevivir”.
Lamentablemente, fue una falla humana, de un cambio de cuerdas en la parte inferior, y no fue notificada y verificada esa falla de seguridad. La cuerda quedó suelta y en el momento del descenso, después de haber capturado e inmovilizado a la arpía, la cuerda se desató desde abajo con la consecuencia de hacerme caer directamente al piso del bosque. El hecho es que tuve fracturas de fémur, de radio y cubito, contusiones generalizadas y conmoción cerebral. A la arpía que venía conmigo no le sucedió absolutamente nada, ya que la solté y se separó de mi lado, y con su aleteo amortiguó su caída, y no presentó ningún tipo de problemas posteriores. Estos accidentes no deben ocurrir, y se toman todas las medidas de seguridad para garantizar que no ocurran. Pero siempre pueden suceder”.
También hay otro tipo de riesgo que se enfrenta al subir hasta los nidos de arpía, riesgo que es mucho más difícil de evitar. “La primera vez que fui atacado estaba escalando un árbol en los años 90. El nido estaba activo, con un muy pichón muy pequeño, nacido hacia unos días. Yo ya había sobrepasado las tres cuartas partes del árbol para llegar al nido. La arpía hembra, que se encontraba dando calor y protegiendo al polluelo, salió volando del nido para lanzar su primer ataque, el cual pude esquivar. Pasó de largo y regresó para el segundo ataque, el cual también lo logré sortear. Pero quedé girando en la cuerda y el arpía, implacable, atacó por tercera vez provocándome una herida grande, de unos siete centímetros, en el costado derecho y perforándome la pleura. Por suerte no hubo consecuencias graves que lamentar “.  Alexander fue atacado dos veces más en la vida, pero sin sufrir ningún otro tipo de lesión.
Conservación real
Esta resistencia a la presencia humana es lo que permitió al Programa para la Conservación de la Arpía supervisar los animales con el uso de plataformas de observación. Es también lo que permitió que floreciera una industria turística que integra la economía y el modo de vida local, un cambio del desesperante escenario con el que se encontró Eduardo en los años 80.
“Con tantos años hablando a la gente sobre el proyecto, todo el mundo en la ciudad sabe dónde están las arpías y dónde están las personas que trabajan con ellas”, dijo Eduardo. Teniendo en cuenta la cantidad de masacres de arpías que se registraban al comienzo, al punto de obligar a Eduardo Álvarez a convertir el problema en su trabajo doctoral, el escenario que se desarrolló a partir de esto es increíble. “Así que ahora vienen a informar de cualquier problema o el descubrimiento de un nuevo nido. Y es así que encontramos los nidos, y es la mejor manera de encontrar más y más de ellos. Así que al final, todos en el sitio trabajan en la protección de las arpías, y todo el mundo sabe que si te metes con las águilas tendrás problemas. Esto es conservación real”.
En Brasil, tenemos el ejemplo de una industria turística centrada en la observación de un depredador —el jaguar en el Pantanal— que ha protegido a los jaguares y a su hábitat. También existe, en Brasil, una parte significativa de la población mundial de las arpías. En este momento, muchas de ellas hacen nidos y alimentan sus polluelos cerca de las fronteras de la expansión agrícola como lo es el Arco de la Deforestación en la Amazonía, confrontándose con los conflictos de convivencia con las sociedades humanas que no ven un valor, especialmente económico, para protegerlas.
Alexander Blanco, después de haber trabajado en un proyecto con efectos positivos para la biodiversidad y la gente, sostiene que “las fuerzas de destrucción son enormes, gigantescas, y existen muchos intereses económicos, públicos y privados, que están orientados a la explotación de recursos naturales (oro, diamantes, madera, entre otros). Bajo la excusa del desarrollo sustentable, muchos de ellos están acabando y diezmando bosques prístinos. Tenemos que hacer algo… involucrando la investigación científica, la educación ambiental, a las comunidades locales, al ecoturismo, entre otros, podemos orientar al cambio de mentalidad positiva para la conservación de los ecosistemas”.
Uno de los relatos más emblemáticos de la supervivencia a la adversidad de las arpías, es lo vivido por Pancho. Al igual que otras arpías en la transición entre las etapas juveniles y adultos, Pancho se vio obligado a cazar su propio alimento.  “Tengo una foto en algún lugar de Eduardo, el maderero al lado de Pancho en el suelo”, dice Eduardo Álvarez. “Parece que sobrevivió durante un tiempo cazando en el suelo, comiendo lagartos y serpientes, lo que encontraba allí. Esa fue su manera de alimentarse para sobrevivir. Su plumaje y las plumas de la cola estaban rotas y cubiertas de barro. Se convirtió en un correcaminos, cazando en el suelo”.

La pequeña arpía que sobrevivió a la caída de un árbol y fue rehabilitada por los madereros se tomó un tiempo para convertirse en una “diosa de los vientos” y empezar a capturar presas para las que se hicieron sus garras. Pero Pancho tuvo éxito, lo que refuerza la idea de que estas águilas toleran incluso este tipo de situaciones. “Ese pájaro está ahí, en algún lugar en el bosque, con una etiqueta en una pierna. Es el lugar más lejano al que nunca he llegado en Imataca, y no es fácil llegar hoy en día, porque no hay más puentes. Pero Pancho está allí, viviendo como cualquier arpía adulta, estoy seguro. Y fue completamente atendido y rehabilitado por los madereros”, dice el hombre que inició con coraje y las ideas audaces, el proyecto que ha reconciliado arpías y personas.

Fuente: https://es.mongabay.com - Texto traducido por: Adrian Monjeau. - Fotos: Cortesía – colección personal de Eduardo y Alexander.

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