Trump es la primera marca global completamente comercializada que ha llegado a ser presidente de EE.UU.

Una década después de que Naomi Klein publicara su ya icónico libro "La doctrina del shock", la reconocida escritora y activista analiza porqué el presidente Trump representa una forma de shock continuo y cómo hizo campaña para posesionar una marca, más que una campaña política, con el objeto de llegar a la presidencia. El libro de Naomi Klein de más reciente publicación se titula "No Is Not Enough: Resisting Trump’s Shock Politics and Winning the World We Need” ("Decir 'No' no es suficiente: Resistiendo las políticas de shock de Trump y logrando el mundo que necesitamos").

JUAN GONZÁLEZ: En mi opinión, una de las cosas más interesantes en la lectura de su libro, fue ver cómo conecta su larga experiencia trabajando con el asunto de la creación de imagen de marca con cómo el gobierno Trump se ha convertido en la marca del presidente, Y cómo él fue capaz de entender lo importante que es la creación de una imagen de marca cuando estuvo conduciendo el programa de televisión "El aprendiz".
NAOMI KLEIN: Exacto.
JUAN GONZÁLEZ: De hecho, usted habla de El aprendiz y analiza su impacto en la conciencia estadounidense.
NAOMI KLEIN: Sí, creo que tenemos que entender que Trump no está jugando bajo las reglas de la política, sino bajo las reglas de la creación de marcas. Y como usted sabe, en el pasado ha habido conflictos de intereses presidenciales, ha habido presidentes con intereses comerciales, pero nunca había habido una marca global totalmente comercializada como presidente estadounidense, eso no tiene precedentes. La razón de que no tenga precedentes es porque se trata de un modelo de negocio relativamente nuevo. Es un modelo de negocio que fue adoptado por la Organización Trump y que en realidad no existía antes de los años noventa. Es a lo que llamé en mi primer libro "No logo", el modelo de marca vacío. Y el modelo surge del hecho que en la historia primitiva de las marcas usted tenía un producto, quizás era arroz, quizás eran frijoles, o zapatos... Usted era un fabricante que quería que la gente comprara su producto, así que le daba una marca, estampaba un logotipo en el producto. Lo identificaba con algún tipo de imagen icónica como Uncle Ben’s o algo parecido. Se le daba una especie de personalidad propia. Eso dejó de funcionar en los años ochenta, los clientes entendieron la idea. Quizás, la cita más popular que incluí en "No logo" es de un ejecutivo de publicidad que dijo: "Los consumidores son como las cucarachas: los rocías y los rocías, y se vuelven inmunes después de un tiempo". Es tan solo una adorable visión de un comercial sobre sobre cómo ven a los clientes. Por lo tanto, la mercadotecnia tuvo que ser más ambiciosa, y empezaron a aparecer este tipo de empresas que se posicionan como marcas "de estilo de vida". Su mensaje es: "No, no somos empresas basadas en productos. Estamos en el negocio de vender ideas e identidad". Nike es el perfecto ejemplo de esto último. Phil Knight, presidente ejecutivo de Nike, dio un paso adelante y dijo: "No somos una compañía de zapatillas. No somos una empresa de zapatos. Lo nuestro es la idea de trascender a través del deporte". Starbucks no era una compañía de café, se trataba de la idea de comunidad. Y en tercer lugar está Disney, que es una familia, y así sucesivamente. Así pues, las corporaciones tenían sus reuniones en las que se escuchaba: "Tenemos nuestra gran idea". Esto cambió dramáticamente la industria manufacturera, porque una vez que decides que estás en el negocio de vender ideas en lugar de productos, en realidad no importa quién fabrique tu producto. Lo que quieres es poseer cuanta menos infraestructura física sea posible, ya que tu valor real es tu nombre y cómo lo construyes. Por lo tanto, Trump fue un negocio de tipo más tradicional en la década de los 80. Trump era simplemente un tipo que construía edificios, que los construía y que tenía cierto instinto para la mercadotecnia. Pero lo que cambió la situación para él fue "El aprendiz". Fue entonces cuando llegó a darse cuenta de que podía alcanzar la estratosfera de las supermarcas. Y su modelo de negocio cambió: ya no se trataba de construir o comprar edificios, eso era para otros, lo suyo iba a ser construir el nombre "Trump" para luego venderlo y arrendarlo en tantas formas como fuera posible. Así que ahí tenés el agua Trump, los filetes Trump, y la Universidad Trump, considerada por muchos de dudosa reputación. Y todas esas torres, las torres Trump, alrededor del mundo, y los complejos hoteleros Trump, por todo el mundo, de los cuales ninguno es propiedad de la Organización Trump. La Organización Trump recibe millones de dólares de los promotores por el privilegio de poner el nombre Trump a sus torres. Esta idea tiene enormes implicaciones sobre el modo en que entendemos la corrupción existente en lo más profundo de la decisión de Trump de fusionar su marca global con el gobierno de Estados Unidos, que es lo que está pasando en tantos frentes diferentes. Ya que, hablando claro, lo que significa es que cada vez que decimos la palabra "Trump", hasta cuando lo estamos diciendo de forma negativa, estamos haciendo mercadotecnia para él. Así que con esta demanda que acaba de ser anunciada por los fiscales generales de Nueva York y Washington, DC,...
AMY GOODMAN: De Maryland.
NAOMI KLEIN: Lo siento, de Maryland y Washington, DC, sí. Tal vez Nueva York se una a ello. [Esa demanda] trata sobre algo que tiene que ver con todo eso, en el sentido de que los gobiernos extranjeros están claramente favoreciendo los hoteles Trump como una forma de congraciarse con el presidente. Pero el conflicto va más lejos que todo eso, porque la gran idea de Trump, la idea en el centro de su marca, es que el poder conlleva riqueza. Así, cuanto más poderoso es él, y por supuesto, de alguna forma ha conseguido el trabajo más poderoso del mundo, ese simple hecho está aumentando enormemente el valor de su marca, de la cual sus hijos están cobrando dividendos por todos los frentes vendiendo ese nombre por precios desorbitados. Y por supuesto, Trump, al no despojarse de la Organización Trump, se beneficia de todo ello como presidente. Así que el conflicto sigue cocinándose, desarrollándose cada segundo que pasa.
AMY GOODMAN: Usted habla de sabotear la marca Trump. ¿Cómo?
NAOMI KLEIN: Sí. La frase "sabotaje cultural" estuvo muy en boga en los años noventa cuando estas supermarcas surgieron y comenzaron a proyectar sus nombres en muchos más planos. Tal vez recuerde algunas de las campañas, como "Just don’t do it" (Simplemente no lo hagas), que denunciaban los talleres en los que los productos de Nike se estaban fabricando, o "Joe Cancer" en lugar de Joe Camel, ese personaje de dibujos animados que básicamente vendía cigarrillos a los niños. Así que he estado pensando en ¿cómo saboteamos la marca Trump? Porque creo que tenemos que aceptar que Trump tiene sus propias reglas del juego. Y esta idea de que vamos a atraparle de algún modo, y que vamos a hacerle daño demostrando que es corrupto y que trata a la gente terriblemente... esa es su marca. Su marca es que él es el jefe y él puede hacer lo que quiera. Es lo que él ha estado vendiendo desde hace décadas.
JUAN GONZÁLEZ: Para volver al tema de "El aprendiz", que como usted tan acertadamente describe, se basaba realmente en venderle al pueblo estadounidense una visión del capitalismo salvaje como la forma en la que la gente debería vivir...
NAOMI KLEIN: Sí, es una guerra de clases televisada. Quiero decir, abre con una imagen de un hombre sin hogar durmiendo en las calles de Nueva York, y luego corta a Trump en su limusina. Y es básicamente como preguntar quién quieres ser: ¿El tipo sin hogar o Trump? Así que de eso se trata. El programa se lanza en un momento en el que la gente entiende que el neoliberalismo no nos va a salvar a todos. Este es un mundo despiadado de ganadores y perdedores. ¿Cuál de ellos quieres ser? Eso fue un enfoque muy acertado por parte de los productores de "El aprendiz". Y se volvió más brutal a medida que el programa continuaba. Yo no lo conocía hasta que empecé la investigación para este libro, tengo que admitirlo. Tal vez había visto ese programa un par de veces. No sabía que en temporadas posteriores deportaban a la mitad de sus concursantes a tiendas de campaña en el patio trasero. Lo llamaron: "El camping de caravanas de Trump". Y añadían el sonido de perros aullando por la noche. Esa fue la idea, crear drama a partir de la enorme desigualdad de nuestro sistema económico. Las personas que estaban durmiendo en el patio trasero, los que habían sido deportados al camping de caravanas de Trump, podían mirar por encima de los cercos para ver a las personas que vivían en la mansión bebiendo champagne y nadando en la piscina. Creo que eso es parte de su atractivo: no desafiar esta desigualdad masiva sino prometer que si juegas bajo sus reglas terminarás en la mansión. Y que será aún mejor si hay gente que está durmiendo en la calle. Porque tú has ganado. Creo que este fue el mensaje que el vendió para ser presidente. La promesa de salvar a unos pocos escogidos, a la clase obrera blanca, a expensas de una brutalidad explícita contra la gente de color. Así que, esa fórmula que él perfeccionó, que le era tan rentable, y con la que obtuvo tan buenas audiencias en El aprendiz, se traduce en que ahora el mundo entero es su espectáculo de telerealidad. Como usted sabe, yo cito las palabras de Newt Gingrich en el libro, cuando a Gingrich le preguntaron qué pensaba de que Trump, —y él fue un importante impulsor de Trump— permaneciera como productor ejecutivo de El aprendiz de celebridades. Gingrich, en una inusual crítica hacia Trump, dijo que pensaba que era una mala idea porque Trump era ahora el productor ejecutivo de un espectáculo llamado Estados Unidos. Pensé que fue un momento de sinceridad excepcional. Todos hemos sido contratados como extras en este espectáculo.

 Fuente: Democracy Now! en Español. - Traducido por Rubén Gómez. Editado por Igor Moreno
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La Contracara: La Bolivia de Evo y Álvaro


Emir Sader

Llego de nuevo a Bolivia, pero Evo esta vez no está. Se fue a Nueva York a asumir la presidencia del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Ni mas ni menos. El presidente de Bolivia, ese país que solía estar junto a Haití, a Honduras, a Paraguay, y está entre los más pobres y desesperanzados del continente. En cambio, a día de hoy es el país que más crece, tiene estabilidad política y  promociona a las nuevas capas sociales y étnicas para dirigir el país desde el gobierno.
Hace ya casi doce años  vine para la primera campaña electoral de Evo y de Álvaro. Una dupla sorprendente y un sueño que se aventuraba a disputar las elecciones presidenciales en el país indígena que nunca había tenido un presidente indígena.
Conforme se terminaba la campaña iba quedando claro que ellos iban a ganar. Había dudas sobre si ganarían en primera vuelta, incluso porque varios cientos de miles de bolivianos no iban a poder votar, porque una extraña legislación impide votar a los que no lo habían hecho en la elección local anterior y no se habían inscrito de nuevo, porque no tenían la información de esa necesidad.
Pero el recuento de los votos rápidamente no fue dejando ninguna duda. La ventaja respecto a todos los candidatos blancos de la derecha tradicional era amplia. El pueblo salía a las calles a conmemorar. Una indígena decía, en la calle, a los periodistas extranjeros: “Antes ustedes venían porque nosotros tumbábamos gobiernos. Ahora vienen porque nosotros hemos elegido un gobierno nuestro.”
Álvaro recibió a la prensa en un hotel de La Paz, mientras intentaba convencer a Evo de venir desde Cochabamba, donde el conmemoraba con sus amigos y compañeros, a presentarse a la prensa y a hablar al país como nuevo presidente de Bolivia. Evo vino, habló y volvió a estar con su gente.
Fuimos con Álvaro a El Alto, el pueblo plebeyo que cerca La Paz, a conmemorar con la gente, que exhibía una alegría contenida por tanto tiempo de lucha y de sufrimiento. Fueron varios años desde la “guerra del agua”, desde que tumbaron a varios gobiernos neoliberales hasta esa indescriptible alegría de tener a uno de los suyos a gobernar a Bolivia.
Volví a la toma de posesión, en la ciudad indígena mas antigua de Bolivia, Tihuanaco. Por la mañana, Evo llegó a la casa de Álvaro, de jeans, trayendo refrescos, para que comiéramos con empanadas antes de salir para la toma de posesión. Conforme avanzábamos por la carretera, la gente que caminaba hacia el local de la ceremonia descubrió que Evo estaba en una de las dos furgonetas en las que íbamos. El tuvo que bajar varias veces para hablar con las personas, saludarlas y recibir sus abrazos.
Una vez que llegamos Evo nos dejó y fue a vestirse con los que iban a presidir la ceremonia. Yo fui a la fila de enfrente de la inmensa multitud y me encontré con Galeano y asistimos juntos a la ceremonia. Evo reapareció vestido como un dios indígena, por las ropas, por los que lo cercaban, por el cielo lindo y por las ruinas que formaban el escenario imponente.
Antes de la toma de posesión en el Palacio Quemado, el palacio presidencial, una gran cantidad de indígenas limpiaron a la plaza para que su presidente entrara ahí para dirigir el país. Al día siguiente de la pose que demostró en la ceremonia indígena Evo tomó otra más formal y colocó, para siempre, la bandera indígena , la whipala, a la altura de la bandera tradicional de Bolivia, mostrando que se iniciaba una nueva era en el país.
Ya hace más de una década desde que Bolivia es otro país bajo la dirección de Evo y de Álvaro. No solo las caras de los que la gobiernan cambiaron radicalmente, sino que el país es otro. De ser uno de los países más pobres del continente ha pasado a ser un país con un  crecimiento más sostenido. De ser el país de la exclusión social ha pasado a ser el de la inclusión de todos, un país en el que ya no hay más analfabetismo. Asimismo,más de la mitad del  Congreso está compuesto por mujeres, no como resultado de alguna ley, sino como resultado de la promoción social de la mujer boliviana, mayoritariamente indígena.
El lanzamiento del libro Las vías abiertas de América Latina, con Álvaro y con Ricardo Forster, se hizo en el auditorio del Banco Central (sic) de Bolivia, con la presencia del mismo presidente del BC. Después hicimos un lanzamiento también en Cochabamba. Es una tradición de la vicepresidencia de Bolivia, desde que Álvaro García Linera asumió que desarrollaría actividades de debate, de formación política, de impresión y de divulgación de libros, incluida la mejor y la más bonita revista del pensamiento critico latino-americano – La Migraña.
Ir a la Bolivia de Evo y de Álvaro es visitar lo mejor, lo más avanzado y lo más audaz que América Latina ha producido en ese siglo.

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