La militarización de la seguridad interior en la era del cambio climático. EEUU: Más allá de los huracanes Harvey e Irma

Estados Unidos acaba de vivir el mayor acontecimiento lluvioso de su historia. Por primera vez desde que se lleva registro de los fenómenos climáticos, dos huracanes de categoría 4 –Harvey e Irma– golpearon en una sola estación (nunca hasta ahora). Y, a principios de septiembre, San Francisco –famoso por su clima frío– vivió un insólito día de 41º C, mientras se producía una excepcional ola de calor en la Costa Oeste –fundamentalmente una interminable tormenta de feroces incendios– desde Los Angeles a British Columbia, rodeados de una nube de humo y ceniza (sin que siquiera pudiésemos culpar a El Niño por ello). 

Introducción de Tom Engelhardt

¿Y he mencionado acaso que ambos estados castigados por los recientes huracanes tienen gobernadores negacionistas del cambio climático? ¿O que el hombre que ahora gobierna en Washington también niega la realidad del cambio climático (¡un cuento chino!) y ha llenado su administración de un notable elenco de fervientes negacionistas (siendo el último de ellos el director de la NASA), que fundamentalmente han eliminado cualquier referencia del calentamiento global de todas las páginas web imaginables, despedido a científicos que estudian el cambio climático y como equipo cuyos integrantes tienen su carrera respaldada por la corporación de la gran energía parece empeñado en recrear el Estados Unidos inundado de combustibles fósiles de la infancia de Donald [Trump] en los años cincuenta del siglo pasado?
Afortunadamente, como nos cuenta hoy Michael Klare, colaborador habitual de TomDispatch, la caballería está galopando para el rescate; más o menos literalmente. En un gobierno que cierra cualquier cosa que esté ligeramente conectada con el calentamiento global solo hay una institución que hoy no está dirigida por negacionistas: las fuerzas armadas de Estados Unidos. Tal como señala Klare, sus mandos superiores continúan haciendo planes para actuar en un planeta cambiado radicalmente por el clima. Desgraciadamente, estamos hablando de la misma institución cuyos generales han estado en una “guerra generacional” para ganar al menos una de las interminables guerras que han lanzado o recorrido desde el 11-S. Pertenecen a una institución –el Pentágono– que se ha engullido sumas siderales de dólares del contribuyente sin siquiera haber sido capaz de auditarse eficazmente. En otras palabras, nuestros posibles salvadores, en un momento en que el futuro del medioambiente que ha dado cobijo a la humanidad durante miles de años es algo incierto, podrían ser los incompetentes Keystone cops del siglo XXI.
El nuevo rostro de la “guerra” en casa

Michael T. Klare
 
 Desplegadas en la zona de Houston para ayudar a mitigar las consecuencias del huracán Harvey, las fuerzas armadas de Estados Unidos no habían completado su misión cuando fueron enviadas apresuradamente a Florida, Puerto Rico y las islas Vírgenes para hacer frente al Irma, el huracán más violento jamás registrado en el Atlántico. El gobernador de Florida Rick Scott, que había mandado a integrantes de la Guardia Nacional del estado al devastado Houston, hizo que regresaran urgentemente mientras implementaba medidas de emergencia en su propio estado. Del mismo modo, una pequeña flota de barcos militares, despachada en principio a la costa de Texas, recibió la orden de dirigirse al Caribe, mientras unidades de combate especializadas acantonadas tan lejos como Colorado, Illinois y Rhode Island eran enviadas urgentemente a Puerto Rico y las islas Vírgenes. Mientras tanto, miembros de la Guardia Nacional de California fueron movilizadas para combatir incendios arrasadores que ardían en todo ese estado (lo mismo que en gran parte del Oeste) en el verano más abrasador de los que hay registro.
Consideremos esto como el nuevo rostro de la seguridad interior: la contención del daño en los litorales marítimos de Estados Unidos, los bosques y otras zonas vulnerables a los fenómenos climáticos extremos cada vez más frecuentes y destructivos debido al cambio climático. Esta es una “guerra” que no tendrá un nombre; no todavía, no en la era Trump, pero no por eso menos real. “El poder de fuego del gobierno federal” ha sido ejercitado con el Harvey, como William Brock Long, administrador de la agencia federal de gestión de emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés), lo expresó categóricamente con este enfoque militar. Pero no esperemos que alguno de los oficiales militares involucrados en esa acción identifique el cambio climático como el origen de su nueva orientación estratégica; eso no sucederá mientras el comandante en jefe Donald Trump ocupe el Despacho Oval y rechace reconocer la realidad del calentamiento global o su papel en el aumente de la intensidad de las principales tormentas, mientras continúe llenando su administración de negacionistas del cambio climático.
Sin embargo, antes de la llegada de Trump a la Casa Blanca, los más altos oficiales de las fuerzas armadas ya hablaban abiertamente en el Pentágono de las amenazas que el cambio climático planteaba a la seguridad de Estados Unidos y de cómo este fenómeno podía alterar la naturaleza misma de su trabajo. Aunque hoy de eso no se habla, desde los primeros años de este siglo los oficiales de las fuerzas armadas han enfocado y discutido regularmente estas cuestiones, haciendo públicas sorprendentes advertencias sobre un inminente incremento de los fenómenos climáticos extremos –huracanes, lluvias prolongadas, extensas olas de calor y sequías– y cómo estos podían significar un aumento constante del papel interno de los militares tanto en la respuesta a los desastres como en la planificación para un futuro de condiciones climáticas extremas.
Por supuesto, el futuro ya está aquí. Como otras personas bien informadas, los altos jefes militares se dan cuenta perfectamente de que es difícil atribuir con total seguridad cualquier tempestad –Harvey e Irma, entre ellas– al cambio climático provocado por la actividad humana. Pero también saben que los huracanes extraen su fortísima energía del calor de los mares tropicales y que el calentamiento global está elevando la temperatura de esos mares. Está haciendo que tormentas como Harvey e Irma, cuando se dan, sean más potentes y destructivas. “Según aumenta la emisión de gases de efecto invernadero, aumenta el nivel del mar, sube la temperatura media y se aceleran las pautas climáticas graves”, explica claramente el departamento de Defensa en la Revisión Cuatrienal de Defensa –una sinopsis de la política de defensa– de 2014. Esto, agrega, “puede aumentar la frecuencia, la magnitud y la complejidad de las misiones futuras, entre ellas al apoyo de defensa a las autoridades civiles”; justamente el tipo de crisis de las que hemos sido testigos en la últimas semanas.
Tal como sugiere este informe, cualquier aumento de los fenómenos meteorológicos extremos que golpeen el territorio de Estados Unidos conducirá inevitablemente a un aumento en consonancia del apoyo de las fuerzas armadas de Estados Unidos a las instituciones civiles, la desviación de recursos claves –militares y de equipo– provenientes de otros sitios. Mientras el Pentágono pueda con certeza dedicar una capacidad sustancial a un número reducido de emergencias de duración limitada, la multiplicación y prolongación en el tiempo de semejantes acontecimientos –algo que claramente empieza a ocurrir en estos momentos–, exigirá un compromiso sustancial de fuerzas que, a su vez, significará una importante reorientación de la política de seguridad estadounidense en la era del cambio climático. Esto quizás no sea algo para lo que la Casa Blanca esté preparada hoy en día, pero es posible que más pronto que tarde se encuentre con que no hay otra opción, sobre todo cuando parece tan decidida la desautorización de todas las acciones gubernamentales civiles relacionadas con el cambio climático.
Movilización por Harvey e Irma
Comprensiblemente, cuando se trató de operaciones de emergencia en Texas y Florida, los medios informativos se centraron en las conmovedoras historias de las acciones de salvamento emprendidas por las personas del común. Por lo tanto, el papel de las fuerzas armadas fue fácil no tenerlo en cuenta, aunque tuvo lugar en una escala muy grande. Cada rama del servicio armado –el ejército, la marina, la fuerza aérea, la infantería de marina y el servicio de guardacostas– desplegaron grandes contingentes en la zona de Houston, en algunos casos enviando equipo especializado normalmente empleado en importantes operaciones de combate. La respuesta combinada representó un compromiso extraordinario de recursos militares en esa desesperada y en gran parte inundada región. Decenas de miles de integrantes de la Guardia Nacional y soldados en servicio activo, miles de vehículos militares Humvee y otros, cientos de helicópteros docenas de aviones de carga y una amplia gama de barcos de la marina. Y, justamente cuando las operaciones en Texas empezaban a reducirse paulatinamente, el Pentágono dio comienzo a una vasta movilización de características similares por el huracán Irma.
La respuesta militar al Harvey empezó con las tropas de primera línea de la Guardia Nacional (GN), el servicio de guardacostas de EEUU y unidades del comando norte de EEUU (USNORTHCOM), la fuerza conjunta responsable de la defensa interior. El gobernador de Texas Greg Abbott movilizó a toda la GN de su estado, unos 10.000 guardias; contingentes provenientes de otros estados también fueron desplegados con sus propios helicópteros y vehículos de todo tipo; el servicio de guardacostas proporcionó 46 helicópteros y docenas de embarcaciones de poco calado, mientras USNORTHCOM aportó 87 helicópteros, cuatro aviones de carga Hercules C-130 y 100 vehículos anfibios.
Además, la fuerza aérea facilitó varios aviones, entre ellos siete de carga C-17 y, algo fuera de lo común, un E-3A Sentry, que es un sistema de control y advertencia aerotransportado (AWACS, por sus siglas en inglés). Este supersofisticado avión fue inicialmente diseñado para supervisar posibles operaciones de combate en Europa en la eventualidad de una guerra total contra la Unión Soviética. En cambio, este AWACS se ocupó del tráfico aéreo y vigilancia en la zona de Houston, recogiendo información y proporcionando “conocimiento situacional” a las unidades militares involucradas en los trabajos de socorro.
Por su parte, la marina desplegó dos importantes navíos, el Kearsarge, un barco de asalto anfibio, y el Oak Hill, un buque de desembarco. “Estos barcos”, informó la marina, “son capaces de dar apoyo sanitario, transporte, seguridad marítima, sostén logístico y apoyo aéreo pesado y mediano.” Acompañándolos, había varios cientos de infantes de marina de la 26ª unidad expedicionaria con base en Camp Lejeune, North Carolina, con sus vehículos de asalto anfibio y unos 12 helicópteros y aviones de despegue vertical MV-22 Osprey.
Cuando golpeó el huracán Irma, el Pentágono ordenó una movilización similar de soldados y equipos. El Kearsarge y el Oak Hill con su unidad de infantes embarcados y helicópteros, por entonces frente a la costa de Houston, fueron enviados a Puerto Rico y las islas Vírgenes. Al mismo tiempo, la marina despachó una flota más importante, que incluía el portaaviones Abraham Lincoln (sobre cuya cubierta, el presidente George W. Bush soltó su tristemente célebre “Misión cumplida”), el destructor misilístico Farragut el barco de asalto anfibio Iwo Jima y el transporte New York. En lugar de su acostumbrada dotación de cazas de combate, el Abraham Lincoln zarpó de su base en Norfolk, Virginia, transportando helicópteros; el Iwo Jina y el New York también llevaban varios helicópteros para misiones de socorro. Otra embarcación anfibia, el Wasp, ya estaba frente a las islas Vírgenes descargando provisiones y evacuando a quienes necesitaban cuidados médicos de urgencia.
Este tipo de movilización, esperable para una guerra en pequeña escala, ha sido la típica cuando, en el pasado, las fuerzas armadas de EEUU respondieron a importantes desastres meteorológicos en el territorio nacional: los huracanes Katrina (2003) y Sandy (2012). En otros tiempos estos fenómenos eran raros, por lo tanto no eran vistos como estorbos importantes en el cometido “normal” de las fuerzas armadas: librar las guerras de Estados Unidos en el extranjero. Sin embargo, debido a la forma en que el calentamiento global está afectando al clima, desastres de la magnitud que hoy tienen están empezando a suceder con mayor asiduidad y con una intensidad cada vez mayor. Por consiguiente, lo que antes era una circunstancial misión de socorro está amenazando convertirse en algo primordial para un Pentágono ya sobrecargado y –los altos jefes militares son concientes– el futuro solo promete mucho más de lo mismo. Pensemos en esto como el nuevo rostro de la “guerra” al estilo estadounidense.
Redefinir la seguridad interior
Incluso si en el Washington de Donald Trump ya nadie está preparado ni deseando ocuparse del cambio climático, las fuerzas armadas de Estados Unidos sí lo estarán. A su manera, llevan largo tiempo preparándose para desempeñar un papel central en la respuesta a un mundo de recurrentes desastres naturales. Esto, a su vez, significará que, en los próximos años, el cambio climático dominará cada vez más la agenda de la seguridad interior (gustr o no a la administración Trump y sus seguidores; aunque lo admitan o no); indudablemente, esas emergencias nacionales serán militarizadas. La mismísima noción de “seguridad interior” está destinada a cambiar.
Cuando en noviembre de 2002 –en la estela que dejaron los ataques del 11-S– se creó el departamento de Seguridad Interior (DHS, por sus siglas en inglés), su principal cometido era la evitación de futuros ataques terroristas en el país pero también ocuparse del contrabando de drogas, la inmigración ilegal y otras cuestiones por el estilo. El cambio climático nunca estuvo entre ellas. Aunque la FEMA y el servicio de guardacostas, importantes componentes del DHS se han visto lidiando con cada vez más desastrosas consecuencias, el foco del departamento, puesto en la inmigración y el terrorismo, no ha hecho más que intensificarse con la llegada de Trump al gobierno. El presidente ha asegurado que el miope punto de vista se haga dominante mediante, entre otras cosas, un fuerte crecimiento del número de los agentes de patrulla fronteriza (y una mayor asignación presupuestaria en las cuestiones relacionadas con el control de fronteras), mientras se elabora una drástica rebaja del presupuesto del servicio de guardacostas.
También, por supuesto, se ha cuidado de que todos los organismos gubernamentales –aparte de las fuerzas armadas– que podían de alguna manera tener que ver con el cambio climático estuviesen dotados y encabezados por negacionistas de ese cambio. Solo en el departamento de Defensa los funcionarios más importantes describen todavía el cambio climático de una forma más realista: como una realidad verificable que planteará nuevos peligros para la seguridad de Estados Unidos y creará nuevas pesadillas operacionales.
“Hablando como soldado”, dijo el ex jefe de estado mayor del ejército general Gordon Sullivan en 2007, “nunca tenemos certezas totales. Si uno espera tener certezas totales, en el campo de batalla ocurrirá algo malo.” Lo mismo, continuó, es verdad respecto al cambio climático. “Si seguimos haciendo las cosas como las hicimos siempre, llegaremos a un punto en el que las peores consecuencias serán inevitables.”
Ese año, el comentario del general Gordon fue incorporado al prestigioso informe La seguridad nacional y la amenaza del cambio climático, publicado por la corporación CNA, antes llamada Centro de Análisis Naval, un centro de investigaciones financiado con fondos federales que asiste a la marina y el cuerpo de infantería de marina. Ese informe se centra con particular preocupación por el riesgo del aumento de conflictos en el extranjero debido al impacto del cambio climático, sobre todo si las sequías prolongadas y la creciente escasez de alimentos exacerban los cismas étnicos y religiosos existentes en un conjunto de países pobres (principalmente en África y el Gran Oriente Medio). “Estados Unidos puede verse más frecuentemente envuelto en esas situaciones, tanto en solitario como junto con sus aliados, para ayudar a proporcionar estabilidad antes de que las situaciones empeoren y sean aprovechadas por los extremistas”, alertaba el informe.
Las mismas consecuencias climáticas que podrían dar lugar a un mundo más acuciado por problemas podrían también –los analistas militares empiezan a especular– provocar un aumento del riesgo para el propio Estados Unidos y de ese modo crear la necesidad de un cada vez mayor de implicación del Pentágono en el territorio nacional. “Fenómenos climáticos extremos y desastres naturales, como los vividos por EEUU con el huracán Katrina, podrían conducir a misiones más importantes para un número de organismos estadounidenses, entre ellos los gobiernos estatales y municipales, el departamento de Seguridad Interior y nuestras ya exigidas fuerzas armadas”, señalaba hace una década el informe de la CNA. En un profético comentario, también advertía de que esto podría llevar a un conflicto de prioridades estratégicas. “Si con el cambio climático aumenta la frecuencia de los desastres naturales, los futuros líderes militares y políticos podrían enfrentar opciones muy difíciles sobre dónde y cuándo intervenir.”
Pensando en esto, un grupo de oficiales –tanto en el servicio activo como retirados– intentó persuadir a los más altos jefes de poner el cambio climático en el centro de la planificación estratégica (en ejemplo de sus acciones colectivas puede verse en el sitio web del Center for Climate and Security (centro para el clima y la seguridad), un grupo de ayuda creado por ex oficiales para promover el conocimiento de la cuestión). En 2014, esas actividades lograron un gran avance cuando el Pentágono dio a conocer el Mapa de adaptación al cambio climático*, un programa de acción del Pentágono para remediar situaciones en un mundo que está calentándose. Esa acción era necesaria, explicaba el secretario de defensa Chuck Hagel en el prólogo, porque que el cambio climático creará más conflictos en el extranjero y más situaciones de emergencia en casa. “Las fuerzas armadas podrían ser llamadas para apoyar a las autoridades civiles y brindar asistencia humanitaria y socorro en zonas de desastre ante desastres naturales cada vez más frecuentes e intensas.” Por lo tanto, el departamento de Defensa y sus organizaciones constituyentes deben comenzar a “integrar la consideración del cambio climático en nuestros planes, operaciones y adiestramiento”.
Durante cierto tiempo, las fuerzas armadas adoptaron las instrucciones de Hagel y dieron pasos para reducir las emisiones de dióxido de carbono y mejorar la preparación para el futuro previsto. Diversos comandos regionales como el NORTHCOM y el comando sur de EEUU (SOUYHCOM), que cubre América latina y el Caribe, respondieron con una ampliación del adiestramiento y otros preparativos adecuados para los fenómenos climáticos extremos y el aumento del nivel del mar en sus zonas de responsabilidad; un cambio reflejado en 2015 en un informe del departamento de Defensa para el Congreso titulado “Implicaciones en la seguridad nacional de los riesgos relacionados con el clima y el cambio climático”.
En otros tiempos, esas acciones nunca permitieron que se distrajera el servicio de su supuesta función: responder a los enemigos exteriores de Estados Unidos. En estos momentos, tal como ha sucedido con Harvey e Irma, las responsabilidades locales de las fuerzas armadas están en aumento a medida que el presidente les ha asignado cada vez más (o mayores) misiones en la eterna guerra contra el terror, incluyendo una intensificación de la presencia en Afganistán, como también en Iraq y Siria, más importantes campañas aéreas en todo el Gran Oriente Medio y aumento del ritmo de las maniobras militares cerca de Corea del Norte. Tal como muestra una serie de colisiones –con saldo de muertes– en el Pacífico, en las que hubo barcos de guerra implicados, este alto ritmo de operaciones ya ha aumentado las exigencias a las fuerzas armadas –incluso más allá de sus límites– en variados conflictos bélicos en los que se ven incapaces de ganarlos o ponerles un fin. El resultado está a la vista: los recursos los humanos están agotados y los materiales, demasiado exigidos. Con la enorme respuesta a los huracanes Harvey e Irma, estos recursos están siendo aun más requeridos.
En resumen, mientras el planeta Tierra continúa calentándose, las fuerzas armadas y el país todo enfrentan una crisis existencial. Por un lado, el presidente Trump y sus generales, entre ellos el secretario de Defensa Mattis, están una vez más completamente enfocados en el creciente empleo de las fuerzas armadas en el extranjero (y en la amenaza de más de los mismo). Esto no solo incluye las guerras contra el Talibán, el Daesh, al Qaeda y un número de organizaciones subsidiarias, sino también los preparativos para un posible ataque a Corea del norte y quizás incluso, en un futuro, acciones contra instalaciones chinas en el mar de China Meridional.
A medida que se intensifica el calentamiento global, la inestabilidad y el caos –incluso enormes oleadas de refugiados–, no harán más que crecer, propiciando sin duda más intervenciones militares fuera de fronteras. Mientras tanto, el cambio climático hará crecer el caos y la devastación en casa y fuera; en este escenario, también da la impresión de que Washington verá frecuentemente a las fuerzas armadas como la única respuesta digna de confianza con que cuenta Estados Unidos. Por lo tanto, habrán de tomarse decisiones para poner fin a conflictos bélicos estadounidenses en el extranjero y volver la mirada hacia el ámbito nacional; de no hacerlo, las fuerzas armadas engullirán todavía más dólares federales y aumentarán aún más su poder en Washington. Aun así, sea lo que sea lo que las fuerzas armadas puedan (o no puedan) hacer, no son capaces de derrotar al cambio climático, fundamentalmente porque es cualquier cosa menos un problema militar. Aunque hay soluciones posibles, estas tampoco –de ninguna manera– son militares.
A pesar de que, ahora mismo, los altos jefes del Pentágono tienen escasa disposición para hablar públicamente de asuntos medioambientales, tienen plena conciencia del problema que se viene. Saben que el calentamiento global, a medida que avanza, creará nuevos retos tanto en el ámbito nacional como en el resto del mundo, unos desafíos que tienen el potencial de estirar al máximo sus capacidades y dejar a este país aún más expuesto a los estragos del cambio climático sin ofrecer solución alguna al problema. Por consiguiente, los generales están ante una elección primordial. Pueden continuar autocensurando sus sofisticados análisis del cambio climático y sus posibles consecuencias, y de esa manera siendo cómplices en las prisas de la administración hacia la catástrofe nacional, o pueden decir enérgicamente lo que piensan sobre la amenaza a la seguridad nacional planteada por el clima y de la consiguiente necesidad de una nueva –y en absoluto militar– posición estratégica que sitúe la acción contra el cambio climático en lo más alto de las prioridades nacionales.

* Véase esta página (en inglés): http://www.defense.gov/News/News-Release/News-Release-View/Article/605221
Michael T. Klare, colaborador habitual de TomDispatch, es profesor de Paz y Seguridad Mundial en el Instituto Hampshire y autor del recientemente publicado The Race for What’s Left. Una versión fílmica documental de su libro Blood and Oil está disponible en la Fundación de Educación y Medios. Por Tweeter se le puede encontrar en @mklare1.
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176327/tomgram%3A_michael_klare%2C_the_new_face_of_%22war%22_at_home/#more - Blood and Oil -

Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García

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