Poner patas arriba el relato económico dominante

Son muchas las diferencias existentes entre la visión convencional, y dominante, de la economía y la sostenida por los enfoques críticos. En las líneas que siguen me centro en algunas de ellas, referidas a la construcción del relato a partir del que se justifican y se imponen las políticas económicas.

El enfoque estándar sitúa en el eje del debate económico y también de la agenda política hacer máximo el crecimiento del producto interior bruto (PIB), como si esta fuera la llave que abre todas las puertas. A la consecución de este objetivo deben consagrarse todos los esfuerzos, públicos y privados. Las políticas de ajuste presupuestario, la represión salarial, la privatización y mercantilización de los activos públicos, la liberalización de los mercados y el sometimiento de las economías a los rigores de la competencia internacional…todo se justifica, todo encuentra su lógica, en la necesidad de recuperar y sostener el crecimiento. Este ha sido el discurso dominante, antes y durante la crisis.
¿Ha cambiado algo este planteamiento la evidencia de que el crecimiento se ha mostrado esquivo en las últimas décadas? ¿Alguna reflexión crítica derivada de la aplicación de unas políticas que han atrapado a las economías en un bucle recesivo y que sólo en los últimos años acreditan un aumento del PIB, inestable e insuficiente? Ninguna. Al contrario, las organizaciones monetarias y financieras internacionales, la troika comunitaria y la mayor parte de los gobiernos perseveran, con más énfasis si cabe, en las mismas o parecidas políticas, que han ofrecido un balance a todas luces insuficiente en materia de crecimiento, el objetivo fundamental que pretendían alcanzar.
El peso, tanto en la academia como en la esfera pública, de la ideología y la inercia intelectual, y de los enormes intereses las alimentan, tienen algo que decir en el mantenimiento, contra viento y marea, de este mantra. Pero, en mi opinión, hay otra razón a tener en cuenta de la máxima importancia. Las políticas aplicadas –presentadas como instrumentos y herramientas para dinamizar el PIB- son en realidad el objetivo; el medio es el fin.
La represión salarial y la desregulación de las relaciones laborales permiten el aumento de los márgenes empresariales y debilitan las resistencia de los trabajadores; la privatización de los activos estatales y la mercantilización del sector público proporcionan nuevas parcelas de negocio y de valorización del capital a las grandes corporaciones; los ajustes presupuestarios aseguran la socialización de los costes de la crisis y abren vías de financiación pública para la reestructuración de la industria financiera; la apertura y globalización de los mercados otorga más poder a las empresas transnacionales, debilitando la capacidad reguladora y negociadora de los Estados.

El relato entregado desde la economía crítica tiene que impugnar ese pack de objetivos/medios, denunciando que, como acabo de señalar, los medios se han convertido en objetivos. Pero una visión alternativa debe tener mucho más recorrido, situar en el centro del debate –que necesariamente debe ser previo a la fijación de objetivos y políticas- las necesidades.

Hay que empezar por preguntarse cuáles son las necesidades que se consideran prioritarias, y proceder a su ordenación conforme a un primer criterio básico: es preciso dar relevancia a aquellas que satisfacen a las mayorías sociales y, muy especialmente, a los grupos de población más desfavorecidos. También habrá que tener en cuenta –y en este caso habrá que hacer un formidable trabajo de pedagogía entre la población- las restricciones materiales, tanto desde la perspectiva del consumo de recursos no renovables como del impacto en la naturaleza de los procesos económicos. Ni los mercados ni los técnicos pueden capturar este debate (esta es la opción de los poderosos); al contrario, es la ciudadanía y unas instituciones abiertas a la participación quienes deben protagonizarlo.
Otra de las piezas clave de un relato alternativo consiste en las posibilidades financieras para atender esas necesidades. Estas posibilidades, en el enfoque convencional, son las que permita el ajuste presupuestario y las que proporcione el mercado. Nada se dice sobre la distribución del ingreso y la riqueza en un sentido progresivo –nada se dice, pero mucho se hace en el sentido contrario, el de la confiscación de la mayoría de la población en beneficio de las oligarquías-. 
La introducción en la agenda de la progresividad tributaria, la persecución del fraude, la prohibición de los paraísos fiscales, la imposición sobre las transacciones financieras de naturaleza especulativa… con estas y otras medidas se abre un horizonte para llevar a cabo otra política económica que, de otra manera, quedaría clausurado.
En cuanto a los actores, la economía convencional lo tiene claro, nada hay que discutir al respecto, pues se trata de poner en el centro de la economía –y también de la política- a los mercados y a los grupos económicos que los controlan. Un planteamiento de economía crítica está obligado a impugnar ese supuesto, por sesgado y por ineficiente. El papel de los diversos actores, públicos y privados, está determinado por el debate, al que antes hacía referencia, que defina necesidades, restricciones y posibilidades. En esas coordenadas, el papel del sector público, definiendo reglas del juego y proporcionando recursos, y de la ciudadanía, organizada y participando, son los verdaderos ejes de otra política económica.


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